domingo, 21 de octubre de 2007

EDITORIAL. Pensar la Universidad.

Hablo en primera persona y partiré por una constatación entre nosotros: en la mayoría de los casos pensar la universidad inmediatamente nos remite a la idea de un conjunto de asuntos de primera atención que lucen imperiosamente desde el sentido común. Cuando comprendemos las cosas inmediatamente desde el sentido común, lo hacemos desde ese estar inauténtico que decide respondiendo irreflexivamente a ideas colectivas instaladas de antemano en nuestro horizonte histórico socio-cultural, diseñando nuestro mundo, operando como el suelo de nuestra situación hermenéutica. Tales ideas corrientes enfocan nuestra mirada hacia ciertos aspectos del asunto en cuestión que se tornan así los únicos aspectos relevantes y gravitantes. En el caso de la universidad, se nos aparece inmediatamente una serie de cuestiones formales –muy importantes, no cabe duda de ello– tales como la organización administrativa y la gestión institucional, los metros cuadrados construidos, los factores y criterios de orden económico, y aparejado a ello la cuestión de la calidad de la educación entregada. Y es curioso observar que cuando pensamos sobre la calidad de la educación en términos de que pasa exclusivamente por cuestiones como las de orden administrativo y de puesta en práctica de un “método” pedagógico en particular, todo lo reducimos a una racionalidad instrumental, calculante.

De lo anterior se desprenden para mí dos consecuencias por de pronto quizás algo descaminadas: la sujeción de la actividad académica a cuestiones esencialmente administrativas y económicas y, por defecto, la perdida de relevancia o cuasi esfumación de lo vital: el sentido que hace a la universidad una universidad. El sentido de la universidad, más que en virtud de los metros cuadrados construidos de infraestructura o del cumplimiento de las formalidades administrativas y curriculares, se constituye en la medida en que sus actores asumen su papel de tales: más que de funcionarios, el de agentes de sentido. Desde mi experiencia como universitario –como estudiante e investigador en la Universidad de Chile y como profesor de la Universidad del Mar– sostengo que ese sentido hay que dejarlo brotar en la práctica, y que estando vivo hace que todo esto de tener una relación con la universidad sea algo especial, que esto de habitarla de uno u otro modo sea más que el mero trámite de ir en busca de un título profesional cumpliendo exigencias curriculares o un mero espacio para una vida social que podríamos encontrar de todas maneras en otros ámbitos de nuestra convivencia social. Para que nuestra vida universitaria sea de verdad especial y genuinamente productiva hay que obrar con entusiasmo e iniciativa, acompañado esto de un profundo respeto, y jugársela y evitar caer en la inercia de no aportar con lo propio por flojera, cuando no en la actitud muy pobre de aportillar los aportes de los demás por envidia y mala conciencia de la propia esterilidad. Hay que jugársela con la voluntad viva como estudiante, como profesor, como administrativo, por una cultura viva de respeto, iniciativa, sensibilidad y buena inteligencia. Propongo a la universidad como un espacio para generar una cultura distinta a partir de lo bueno que sin duda ya hay. Que sea como un pequeño oasis donde prime más el pensamiento y la apertura de horizontes para la sensibilidad que la instalación irreflexiva en el modo acostumbrado de hacer las cosas y considerar nuestros asuntos. Que sea un ambiente de cordialidad, amistad, colaboración y crítica, más que de competencia, vulgar agresividad y conventilleo superficial. Que se pueda disfrutar en ella primordialmente de la calidez humana, y a partir de allí enriquecer el aprendizaje de cada una de nuestras profesiones –si es otro el caso, la universidad se reduce a ser una simple institución politécnica o un mall de los oficios. Cuando se pone así en juego la vida, en un proyecto común como lo es hacer universidad, el mismo valor de la vida en común, el trabajo y el respeto comienza a destellar espontáneamente, tornándose incluso innecesario hablar de los tan manoseados “valores”. Pues dicho sea de paso, es sospechoso que se hable tanto sobre los valores… ello acontece allí donde se extraña el vivir en ellos, y donde la teoría se constituye como simple y vacía habladuría, desde que en cuanto teoría no es más que un triste, aburrido y pálido reflejo especular de lo que podría ser viva praxis.

Por desgracia –la propia de nuestro tiempo, la que nos toca–, en un mundo imperado por la búsqueda de estatus social basado en la imagen exitosa por un lado, y por el pensamiento calculante y formalmente administrativo por otra, se pierde de vista la cuestión del sentido. De ello se sigue que nuestra voluntad en cada caso delega su fuerza originaria y su digna y pensante rectitud al imperio de lo colectivo y a la limitada consideración de lo que se deja ver meramente desde un sentido común petrificado, de carácter fósil. Y digo lo colectivo en el sentido de lo impersonal y coactivo de antemano, de aquello que es de todos pero no es de nadie en especial, y que impera porque sí como lo importante.

He venido hasta ahora hablando del “sentido” de la universidad, de su especificidad, del sentido en que la universidad es algo especial y digno de experimentar. Así he venido hablando, pero aclaro que esto no significa que “la universidad” sea para mí una idea con entidad de por sí, ya que verdaderamente la universidad hay que hacerla diariamente: hacen falta más actos acompañados de fuerza y de propuesta que las acostumbradas y cómodas quejas. La fuerza de nuestro espíritu hace universidad y de allí brota la idea de la misma. Y en ningún caso tal idea de universidad es única, definitiva e inmutable: más bien se desplaza, y se desdobla. De este modo, insisto, veo que la importancia de la universidad no es un asunto puramente teórico: también es un asunto esencialmente práctico, de consistencia ética, estética y hermenéutica. La realidad tal como primeramente se nos presenta no hay por que tomarla como un dato duro: hay que reconocerla, cuestionarla en su sentido, evaluarla y, si es preciso, modificarla; la realidad universitaria hay que crearla en un esfuerzo afirmativo de nuestra propia capacidad de descubrir, proyectar y trabajar. A partir de ello surge la idea de universidad. Pienso, pues, que tal idea hay que generarla a partir de una base efectiva, esto es, sobre la base de la acción compartida y comprendida con propiedad, apropiada por cada uno de nosotros en su sentido, primero como seres humanos, y luego como especialistas o profesionales. No es mi propósito aquí prescribir propuestas concretas para generar un sello particular para nuestra universidad, sino más bien ensayar nuevos enfoques en torno a la cuestión de nuestra convivencia y trabajo conjunto. Pues el catálogo de problemas citado al comienzo viene ya definido y perfilado desde el enfoque o situación hermenéutica en la que estamos instalados: la lógica del desarrollo y la modernización sobre la base del control administrativo y económico de la institución. Ello es muy importante, necesidad básica de toda institución, pero sin duda no es lo esencial en el caso de una universidad. De modo que, en una dimensión más fundamental de lo que significa hacer universidad, sería necesario abrir espacios para diferir y resguardar la necesidad constante de reflexión acerca de lo que está en juego en la universidad como tal. El desarrollo como administración de la complejidad respondiendo al imperativo de eficacia y productividad propio de la modernidad exige no perder tiempo en reflexiones que aparecen como no teniendo una base real o desviando la mirada respecto de lo genuinamente urgente –cosas de filósofos, de “idealistas”, suele decirse acerca de estas reflexiones. Pero justamente lo que aquí está sujeto a crítica es el exceso de abstracción y falta de espíritu inquisitivo y práctico –quiero decir ético y no puramente pragmático. Por ello en nuestra porfía bien intencionada insistimos en preguntar: ¿Qué significa “productividad” en el ámbito universitario? ¿Qué es la “eficacia” en una institución académica? La validación de las formas de pensar y actuar como eficaces o productivas hoy en día se da desde el criterio formal de adecuación a ciertos dispositivos administrativos –rendimiento económico, infraestructura, marketing, coordinación, aplicación y control de procedimientos, etc. Ello determina tendencias a la homogeneización que atraviesan los discursos, las prácticas y las miradas, como si de la diferencia armónica no pudiera reverberar de por sí un sello especial. No obstante la importancia relativa que algunas de esas cosas puedan tener, el sentido y la misión de la universidad son inseparables de la facultad inquisitiva de sus integrantes: pensar lo que está en juego en nuestra actividad universitaria, hacer de esta actividad algo sujeto a cuestionabilidad, actividad libre y genuinamente llevada adelante, marcada amistosamente por el sello de cada uno de los que estamos comprometidos en esto de estar acá.

La identidad de la universidad no es algo dado, nunca lo es –y si se pretende que así es, entonces se trata de una identidad abstracta y umbrosa, sin potencia espiritual efectiva, carente de carne, sangre y nervio. La identidad es siempre el producto delicado de un estar en común, de una convivencia democrática, participativa, responsable y creadora. Esta revista electrónica persigue ser un aporte en esa dirección. El término Contrapunto que da nombre a esta publicación lo extrapolamos de una parte de la teoría musical que estudia la técnica que se utiliza para componer música polifónica mediante el enlace de dos o más melodías -voces, líneas independientes que se escuchan simultáneamente, conformando armonía. Suma de esfuerzos creativos e intelectuales, vertientes de diálogo, eso es lo que buscamos instaurar aquí. Esta instancia se suma a diversos talleres que se realizan en nuestros campus y a la labor que desarrollamos en las aulas diariamente. Están todos invitados con mucho cariño a participar, pero no están invitados como visitas, sino como constructores de este espacio, como dueños de casa. De una casa acogedora en la que todos nos reconozcamos. Aportemos y no seamos meros funcionarios de la universidad –los profesores en función de enseñar y los alumnos en función de aprender, los administrativos en función de administrar–, sino más que eso, seamos agentes del sentido de lo que vivimos: de cómo habitamos, compartimos y concebimos a nuestra especial manera este estar juntos acá. La invitación a pensar y actuar está abierta. Desde que estamos acá, siempre lo ha estado.

Democracia Universitaria, hacia la generación de una apropiación de los espacios.


Joaquín Bustamante Monsalves
Pedagogía en Educación General Básica, Campus San Fernando.

La necesidad de (auto)generar espacios de participación efectivamente democráticos al interior de nuestra “alma mater” se hace cada día mas necesario y, a mi juicio, imprescindible. Como ex dirigente estudiantil en mi ex Universidad, percibo desde esa responsabilidad que siempre es importante el ahondar en las posibilidades de diálogo y gestión para el beneficio común de los estudiantes. Sin embargo, esta participación debe tener sus atenuantes y condiciones que permitan generar efectivos cambios en el quehacer cotidiano en nuestra Universidad.

Desde mi más profunda ignorancia –ya que desconozco si nuestra Universidad en su totalidad o en sus partes apoya y promueve la generación de organizaciones estudiantiles, como asimismo la existencia de éstas–, y desde lo que aprecio cotidianamente en el Campus San Fernando, actualmente la Universidad es tan sólo una prolongación del Liceo, vale decir, tan sólo un lugar en donde se va a clases y donde existen pocas oportunidades de hacer una real vida de educación superior; eso por un lado, y por otro (lo que es la idea fuerza de estas líneas) percibo que la participación en términos “políticos” (llámese centros de alumnos o federación) es aún menor. La pregunta que los lectores se harán es ¿y para qué estos organismos?

La respuesta a mi juicio es simple, tiene que ver con la función de venir a ser estudiantes de una institución cuyo nombre representa el conocimiento universal; como estudiantes nuestro deber es fundamentalmente formarnos para ser profesionales responsables socialmente, y eso evidentemente se logra en parte asistiendo a clases y aprobando las cátedras correspondientes, pero también se logra complementando nuestro quehacer cotidiano con otras actividades, sean éstas deportivas, culturales, como también políticas. Bien sabido es que nuestra formación cívica a nivel de país es bastante pobre, generaciones como las nuestras a lo mucho sabemos que existe una constitución política del estado, y que se hacen elecciones, pero, realmente, ¿qué es la participación en la Universidad?

Participación por un lado es la posibilidad de apropiarse de los espacios físicos que existen en nuestros campus, esto se puede hacer desde una simple tocata hasta la generación de foros temáticos, el abanico para esto es muy amplio. No obstante, el decirlo y hacerlo son cosas muy distintas, es por esto que la importancia de la Organización de los estudiantes es tan vital, y vinculo esta necesidad nuestra de organizarnos para una participación dado que ésta consiste en los derechos y las responsabilidades que cada uno de nosotros tiene en el interior de la comunidad. La participación va unida al sentido de comunidad. No hay comunidad sin participación. Negar la participación es negar la existencia de la comunidad, y negar la existencia de la comunidad es negar la existencia de la propia universidad.

Nosotros somos parte importante de la Universidad, tanto o más que los metros cuadrados construidos, los académicos o funcionarios (que por cierto, son importantísimos), pero raya a obvio: sin estudiantes no existe Universidad, sin nosotros la casa de estudios (y cualquiera que ésta sea) no tendría sentido de existir, es por esto que rescato nuevamente el concepto de Alma Mater, a raíz de este concepto, recuerdo una conversación que tuve hace algunos años en mi antigua casa de estudios con un compañero de federación de estudiantes: éste me señalaba que había que tratar, desde el organismo máximo de nosotros, de instalar en el inconsciente colectivo la idea de que la Universidad es nuestra “segunda casa”, y poner el máximo de empeño en esa misión desde nuestra ubicación como dirigentes y estudiantes comprometidos con nuestra formación para con el desarrollo de nuestro país. Esa conversación, desde ese día, me ha hecho sentido, el lograr que nosotros formemos una comunidad (común-unidad) universitaria nos obliga a la organización y a la posterior conversación con los otros estamentos que coexisten en el mismo espacio común.

Para finalizar, quiero resaltar que la universidad (como concepto) es una instancia netamente democrática, la cual requiere de nuestro empeño pero también de nuestra responsabilidad, el romper con la inercia y el individualismo propio de nuestra era es un proceso difícil, requiere de muchas voluntades y de muchas convicciones, espero con esperanza que más temprano que tarde seamos capaces de asumir este desafío de convertir a nuestros campus en espacios libres y democráticamente propios.


Nota: Joaquín Bustamante es ex estudiante de la Universidad Católica de Temuco en la carrera de Pedagogía General Básica.

Aproximaciones a los aspectos gramaticales del Mapudungum.


Claudio Oyarzún Paiva
Docente de las áreas de Literatura y Educación – UDM Sedes Centro-Sur
Docente del Instituto de Estudios Humanísticos Abate Molina – Universidad de Talca


I. Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos

Los días 6 y 8 de junio de 1996 se reunieron en Barcelona, España, 61 ONGs, 30 centros y 40 expertos en derechos lingüísticos de todo el mundo. La convocatoria de la Conferencia Mundial de los Derechos Lingüísticos fue una iniciativa del Comité de Traducciones y Derechos Lingüísticos del PEN Club Internacional y el CIEMEN, bajo el patrocinio de la UNESCO.

La asamblea constituyente aprobó la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos por aclamación, en un acato celebrado en el paraninfo de la Universidad de Barcelona. La Declaración es un texto extenso y complejo, cuyo esfuerzo se destinó a definir los derechos lingüísticos equitativos, sin subordinarlos al estatus político-administrativo del territorio a que pertenece la comunidad lingüística, ni tampoco a criterios de decodificación o número de hablantes. Por ese motivo, la Declaración proclama la igualdad de derechos lingüísticos, sin distinciones no pertinentes entre lenguas oficiales, no oficiales, nacionales, regionales, locales, mayoritarias, minoritarias, o modernas, o arcaicas.

Articular los derechos lingüísticos de comunidades, grupos y personas que comparten un mismo espacio es imprescindible para garantizar la convivencia, pero resulta extraordinariamente complejo. Por ello la Declaración tiene en cuenta los derechos de la comunidades lingüísticas asentadas históricamente en un territorio con el fin de establecer una gradación, aplicable en cada caso, de los derechos de los grupos lingüísticos con diferentes grados de historicidad y de autoidentificación, y, de los individuos que viven fuera de su comunidad de origen.

II. La amenaza latente: morir de palabra

Todas las predicciones indican que durante el siglo XXI pueden desaparecer el 80% de las lenguas del mundo. Ello comporta un planteamiento inevitable: que el plurilingüismo y la diversidad lingüística han de contribuir a la cultura de la paz tanto como ésta tiene que contribuir a preservar la diversidad.

Esta relación o marco dialéctico es asumible si el desarrollo de la cultura de la paz explora los valores que proporcionan las lenguas como elemento de integración social y de ajuste de los equilibrios en validez de los hablantes por la virtud de hablar su lengua. Luego, para conseguir esto, hay que fomentar, sembrar y propalar una nueva percepción del propio “hecho lingüístico”. Si las lenguas son sustituidas es porque predomina la percepción impuesta por la cultura dominante, la contratación de la lengua como valor de cambio, en pos de una mejora de estatus o recompensa del hablante, y no de valorar la lengua nativa como expresión máxima de aproximación e intervención de la realidad.

La Declaración ha concedido una atención especial a la articulación entre los derechos de las comunidades y grupos lingüísticos con los derechos de las personas que forman parte de ellos. La Declaración explicita una serie de derechos inalienables y ejercitables en cualquier situación; algunos de éstos son:

“El derecho a ser reconocido como miembro a una comunidad lingüística”

“El derecho al uso de la lengua en privado y público”

“El derecho al uso del propio nombre”

“El derecho a mantener y desarrollar su propia cultura”

Aspectos generales de la gramática del Mapudungum

El idioma de la raza Araucana es de tipo aglutinante, es decir, una palabra contará siempre de un lexema y varios morfemas gramaticales, pero cada uno de ellos poseerá un morfo perfectamente delimitado. Su nota característica es el verbo de predominio sobre los demás integrantes morfosintácticos. Esta lengua, mediante la inclusión de múltiples partículas y raíces de toda clase de palabras, aumenta su poder expresivo en medida poco menos que ilimitada; además, adquiere una adaptabilidad apropiada y determinante para la descripción de objetos, se desplaza hacia los pormenores del pensamiento y sus sutilezas. El verbo, con su inmensa riqueza de forma y su potencia expresiva, activa la presunta acción gramatical de las demás partes de la oración; luego, por extensión, la lengua es lengua del verbo.

Su marco fonético (alfabeto) consta de elementos:

Bilabiales: m, p, v
Labiodentales: f
Dentales: d, t
Alveolares: l, n, ñ, r, s
Velares: k, q, tr, w

La cantidad de fonemas es de 18 consonantes y 7 vocales, con existencia de una media vocal. Los sonidos vocálicos al español son: a, e, i, o, u, con diferentes lugares de golpe pronunciativo para todas ellas. Sus vocales peculiares son la media vocal, y la mixta, que es una u con cremillas. Respecto de las consonantes, 8 de sus 18 elementos concuerdan en su valor fonético con las respectivas consonantes españolas, las otras ofrecen diferencias.

Aspectos morfológicos y semánticos de los apellidos

Rescatar o tratar de mantener la lengua en un texto escrito ha sido tarea bastante antigua. Así, los códigos han permanecido en diferentes culturas, en desoladas salas de biblioteca que al lector avezado sugieren un mundo fascinante y mágico; a la vez, la lengua nos aporta un caudal infinito de apreciaciones, aún más valiosas si se refieren a sistemas genésicos, donde se revela el mundo y la atracción de denominar cada elemento es diario o se va construyendo con el paso del tiempo para ir revelando el alma de un pueblo.

La variedad de apellidos indígenas, tan ligados a la tierra, quizás tratando de comprender el valor del reino animal con sus diferentes manifestaciones, dicen relación con las cualidades de lo natural, con su condición, con su medio y con numerosas circunstancias de carácter puramente fonológico.

Cuando un apellido como Cona (Valiente), Huenchu (Hombre), Auca (Rebelde), Linco (Ejército), Huaiqui (Lanza), etc., cuando un apellido como estos es utilizado, digo, se hace en base a una severa selección, pues determina la característica específica del sujeto, vale decir, del ser del hombre. El cuerpo y sus facultades físicas se hacen presentes a menudo: Anca (Cuerpo), Ange(Cara), Namu (Pie), Pue (Vientre), etc. En el caso de Necul (ligero en acción), Cupan (venir), Tripan (salir), Lefn (correr), estas son habilidades del cuerpo, destrezas y aptitudes corporales -la corporeidad es un atributo que sustenta el valor y es un soporte del liderazgo; cfr. "La Araucana", el caso de Caupolicán (Qeupelicán).

La vida diaria conforma apellidos de muy naturales expresiones: Ruca (vivienda), Cahuin(fiesta). También los astros naturales: Huenu (cielo), Antu (Sol). El relieve geográfico y el paisaje también cuentan: Mahuida (montaña), Lelgfun (pampa), Lemu (bosque), Co (agua), Leufu (río), Lfquen(mar), Trayen (cascada). Y del reino mineral: Cura (piedra), Llanca (piedra-joya), Qeupu (pedernal).

Las connotaciones de los animales se valoran, así encontramos la astucia del zorro, Ngeru, la fuerza del puma, Bangui, del tigre, Nahuel, de la grandiosidad del cóndor, Mañque, del aguilucho, Ñamcu, del avestruz, Cheuque, del guanaco, Hueque, excluyéndose determinantemente la grosería o restos biológicos de éstos.

La naturaleza le entregó colores y los supieron apropiar, conformando también apellidos: Callfu(azul), Curu (negro), Cumi (rojo). Los números también formaron en gran cantidad apellidos, así tenemos: Cula (tres), Meli (cuatro), Mari (diez).

Con lo que respecta a su Morfología, existen algunos apellidos cuya estructura es sólo un sustantivo, como por ejemplo Manqui (cóndor). Otros mezclan sustantivos con adjetivos, adjetivos numerales de preferencia: Maripangui (diez pumas); o mezclan verbos con sustantivos: Manquilef (corrió el cóndor), Panguilef (corrió el puma). También aparecen los construidos por conformación de adverbio y sustantivo: Neculman (necul= ligero, mañque= Cóndor; luego: Cóndor ligero). O apellidos de sólo un verbo, por ejemplo Acun, cuya modificación actual es Acum, el cual significa llegar.


Bibliografía:

"Educación Bilingüe Intercultural", en Revista Iberoamericana (1997).
Ernesto de Moesbach, "Idioma Mapuche: Gramática Araucana".
Diccionario Etimológico Gramatical de Apellidos Mapuches—Huilliches.

Ocupación urbana.


Nader Cabezas Abusleme
Docente del área de Literatura – UDM Sedes Centro-Sur

En una película norteamericana, el protagonista, ya mayor, está pasando por un momento muy importante en su vida: su hija se casa mañana. Como anda sentimental, proyecta imágenes antiguas con su súper ocho. Ahí está él, mucho más joven, junto a su hija a los dos años de edad. Trato de buscar algún análogo de ese registro en mi vida y recuerdo un perdido cassette con mi voz a los dos años. La asimetría de experiencias es notable. En la escena de la película hay una construcción audiovisual del sujeto, una conmemoración de momentos pasados, un ritual tecnológico que reemplaza el álbum familiar, agregándole la coordenada temporal. Es una narración.

Sujeto es aquél que puede transformar su experiencia en historia, que puede racionalizarla, instaurando un orden en ese caos que es lo empírico. La historia es escrita por pocos sujetos, la narración del país ayuda a configurar el concepto de nación, tal como el personaje de la película hace un recuento de su vida y se construye como sujeto.

Del cuerpo racionalizado a la ciudad racionalizadora. Las imágenes que uno y otra comparten son abundantes: se habla de circulación, arterias, de pulmones y corazón de la ciudad. Tal como el cuerpo, en la ciudad hay lugares que escapan a una racionalización y que permanecen en zonas oscuras. No podemos desplegar nuestro cuerpo frente a nosotros mismos como si fuera un escenario, no somos tan claros para nosotros mismos. Sin embargo la ciudad sí ejerce una fuerza sobre los cuerpos que circulan en ella. Que ella privilegie la circulación de aquellos provocando una devaluación de los espacios físicos, se puede interpretar como una mayor valoración de la coordenada temporal sobre la espacial. Atravesar la ciudad implica un viaje en el tiempo más que en el espacio. El espacio se invisibiliza. La ciudad construye epistémicamente a los sujetos, quienes con su caligrafía la surcan, trazando enunciados personales, una oralidad más que una escritura, al ser la primera eminentemente temporal.

Hoy el concepto de urbano está de moda. Se habla en la televisión de sueños urbanos (con un matiz desrrealizante), de vidas urbanas, de mitos urbanos, hasta de zapatillas urbanas. Sobre esto último hay un spot que muestra a una actriz de moda en Nueva York, con toda la estética del video-clip contemporáneo. Se la muestra perdida, con cara de sueño en un momento, pero definitivamente incorporándose. La actriz mira hacia arriba. La banda sonora del spot es Such Great Heights, una canción electrónica muy pegajosa (aunque esto es información que yo agrego; de manera privilegiada, se me es dado completar el recorrido). El spot representa la vida desde las alturas, o cómo lo urbano hoy –al menos el concepto de urbano amplificado por la televisión- significa elevarse, progresar y tener ascensores más rápidos. El hecho de que el spot esté rodado en la capital del mundo no sorprende a nadie. Nueva York representa un centro que atrae. Quizá las ciudades hoy están descentradas, pero si tomamos al mundo como una ciudad, las metrópolis son hoyos negros que concentran fuerzas, por lo que el spot puede llegar a provocar vértigo. En fin, el spot plantea una urbanidad perfecta, sin fisuras, editada, donde no hay espacio para lo imperfecto. Es una modernidad aséptica. Pienso en los spots nacionales en territorio nacional urbano. Lastarria está sobreexplotado, es la sinécdoque más característica, la parte que silencia al todo, es un cruce (específicamente al frente de la Plaza Mulato Gil) que privilegia y escenifica encuentros entre personas desconocidas que hacen contacto por el simple hecho de estar ahí y de vestir de determinada manera. Su apariencia indica su status, lo que a su vez sugiere que esos encuentros se dan entre privilegiados. En el spot la ciudad no se parece a sí misma, parece Roma, Londres o Nueva York. Los publicistas han creado una hoja en blanco sobre la cual escribir, han depositado ciertos referentes en un lugar específico –previo vacío semántico- es decir, la publicidad como operación de relleno.

Es cierto que la ciudad plantea un problema epistémico, sin embargo en muchas ocasiones la categoría “ciudad” está en el mismo plano de la categoría “historia”. Si los estudios subalternos concluyeron que hablar de historia implica necesariamente un eurocentrismo, corremos el peligro de que nuestro discurso sobre la ciudad sea metropolitano. La asimetría entre teorías del primer y tercer mundo es correlativa a una asimetría en cuanto a las experiencias.

Ahora ¿Quiénes son los que diagraman la ocupación urbana? Si en la ciudad se manifiestan las luchas de poder y ese poder es básicamente semántico, los sujetos que la diagraman son aquellos capaces de instaurar, modificar o vaciar de significados a los lugares de la ciudad. Los demás sujetos instauran significados temporales, imprimen ciertas huellas sobre lugares oficiales. Entonces aparece el graffiti (estoy pensando en el graffiti vinculado al hip-hop), como manera de escribir la ciudad, ya no a través de enunciados peatonales sino en un sentido mucho más literal. Dentro de los graffiti que he observado en la ciudad, han aparecido algunos que imitan la caligrafía árabe, mientras que otros incluyen números, especies de caligramas callejeros que se muestran para ocultar un significado. Es un mensaje para destinatarios específicos. El graffiti recicla, mezcla, pone a Bob Esponja junto a una lata de spray. En contraste con el graffiti, existe otra práctica que hace algunos años no era tan popular, la del esténcil. En el esténcil se pinta con molde, lo que permite una ejecución más rápida y mayor radio de alcance. En el esténcil desaparecen los arabescos del graffiti, su exageración, su vanidad. No existe encriptación de un mensaje. Generalmente es monocromático y se reduce a una imagen y palabras. Es netamente apelativo, vinculado a lo político la mayor parte del tiempo. Recuerdo uno que vi en Santiago que decía: váyase a su casa. Lo interpreté como una parodia, la gente claramente no hacía caso. Puesto en la boca de determinados sujetos –en el contexto de un toque de queda en medio del gobierno militar- el mismo mensaje hubiese adquirido tintes más terroríficos.

Paulatinamente el campo se está urbanizando. Recuerdo haber sostenido una conversación con una monja de la orden de los Trapenses, en Quilvo, cerca de Curicó. Me contó que antiguamente el monasterio estaba en Santiago, en La Dehesa, cuando no existía más que potreros. De a poco comenzó a llegar la gente –la clase acomodada escapando de los bárbaros- y luego la vida de monasterio se vio interferida en su mayor parte. Me contó además que últimamente el flujo de vehículos en el sector se ha incrementado (el camino es de tierra, uno de los peores que he visto) y están comenzando a aparecer cada vez más casas. La historia se repite, la Arcadia soñada existe pero tiene fecha de vencimiento.

Los paisajes de la ciudad cambian continuamente, ya sea por las transformaciones físicas de los lugares o por las resignificaciones que tienen lugar en ellos. Los edificios aparecen en un par de días, borrando para siempre el antiguo paisaje, descolocándonos. Recuerdo un relato de Raúl Ruiz sobre un hombre que regresaba a su Varsovia natal luego de su virtual destrucción en la segunda guerra mundial. Los arquitectos y planificadores habían reconstruido la ciudad con mucho trabajo y el resultado era bastante fiel a la antigua ciudad. El hombre se encaminaba al lugar donde estaba su casa, y comprobaba con terror que la calle ya no existía: había sido omitida por los planificadores. Aquí está el sujeto descentrado, errante en una ciudad que es la suya, sin embargo ya nunca más en casa. El capital simbólico se defiende a través de la violencia epistémica, del disciplinamiento sistemático de los sujetos, de su continuo perfeccionamiento en la rutina del deseo, contenido en las imágenes infinitamente variables dentro de la igualdad. Las imágenes implican una gramática correspondiente a la mirada contemporánea. Sin embargo los sujetos no son pasivos. Reconstruyen significados, establecen luchas simbólicas donde ganan algunas veces y otras se dejan estar. La perspectiva de futuro como promesa es siempre halagadora, y así parece que la historia permanentemente está por venir. Las derrotas pasadas son olvidadas en virtud de las victorias futuras.

Parece inevitable terminar hablando de imágenes cuando se habla de la ciudad, y es que en la ciudad el ojo es el sentido hegemónico. Lo auditivo se confunde, se hace resistente a la selección, al contraste. Lo auditivo deviene en caos en la ciudad moderna mientras que lo visible adquiere cada día más complejidad. El mismo mensaje de la gigantografía cambia desde la provincia a la capital. El enunciante se vuelve más real, muchísimo más poderoso y omnipresente. Sin embargo en los paraderos de micro las publicidades siguen siendo intervenidas, a través de huellas fugaces dejadas por eventuales ciudadanos pasajeros.

Psicomotricidad y Educación Infantil.


Marcelo Valdés Arriagada
Docente del área de Educación – UDM Sede Talca

"¿Hasta cuándo vas a seguir moviéndote?" "¡deja de correr!" "¡quédate tranquilo!"... son frases que muchas veces se escuchan en el entorno educativo. Inicialmente, podemos indicar que el movimiento, como concepto pedagógico, debe ser entendido como un medio facilitador de aprendizajes. De igual manera debemos comprender que los niños se mueven por satisfacer la necesidad orgánica de sentir placer sensoriomotriz, el cual es un estímulo propioceptivo que relaciona el movimiento con sensaciones corporales que provocan agrado. El columpio, resbalín, balancín, los giros y las rodadas son juegos habituales en los niños, y que generan en ellos sensaciones placenteras.

La Psicomotricidad da la oportunidad de proponer una dinámica de intervención psicopedagógica más abierta y significativa para los niños, utilizando el placer sensoriomotriz en la generación de aprendizajes significativos. Además, el movimiento propicia el trabajo cooperativo, la interacción con el entorno y la conformación de una autoestima positiva. En Francia, por ejemplo, todos los niños asisten regularmente a centros de intervención psicomotriz públicos, los cuales tienen como propósito colaborar con el sistema educativo formal.

Desde la perspectiva educacional, la psicomotricidad permite que los docentes propongan al niño interactuar y relacionarse con el medio, asociando el movimiento a lo lúdico, permitiendo reforzar los diferentes aprendizajes adquiridos a partir del juego con los demás. En tal sentido, se logra que los procesos formativos a nivel escolar sean más creativos y significativos. Así entendida, la psicomotricidad ya no hace hincapié en el desarrollo de las conductas motrices, sino que aborda al niño desde un enfoque global, basado en el juego y el movimiento creativo.

Finalmente, podemos decir que la psicomotricidad se fundamenta en conceptos claves como el desarrollo formativo global y la expresividad psicomotriz. Estos elementos se potencian al contar con un espacio y un material específico (sala de psicomotricidad). El niño descubre el mundo a través de la acción sobre su cuerpo, sobre los objetos y sobre los otros, relacionándose en una forma particular con éstos, por lo que su expresividad psicomotriz se ve cargada de ellos. El niño aprehende el mundo, toma de él los elementos significativos y elabora internamente las estructuras cognitivas, afectivas y motrices necesarias para sustentar los futuros aprendizajes “escolares”. El movimiento, entonces, ya no es un acto puramente mecánico, molesto para el adulto, sino que es la expresión directa de aquellos elementos esenciales y significativos del niño.

Notas sobre la psicomotricidad desde la fenomenología de Edmund Husserl.


Gonzalo Díaz Letelier
Docente de Filosofía – UDM Sedes Centro-Sur

Me he propuesto escribir este artículo como un ejercicio de eso que usualmente se denomina “interdisciplinariedad”. Sólo cuando dejamos que el asunto en cuestión sea el importante, por sobre nuestras filiaciones disciplinarias o nuestros sentimientos cuasi territoriales de pertenencia a sociedades cerradas de discurso, sólo allí acontece el rompimiento de los cercos que demarcan “dominios de objetividad especial” –el estatuto que instaura lo que yo llamaría la soledad de los especialistas. Sólo cuando ello ocurre salimos de nuestras trincheras teóricas para reunirnos en torno a la cosa misma en la comunión de la amistad dialogante. Sólo entonces el asunto en cuestión luce para que cada uno de nosotros lo revele a su manera, ofreciéndolo al lenguaje. Quiero decir con esto: el asunto es lo esencial, el constante volver a él, y no la afirmación fosilizada de las representaciones que nosotros nos hacemos de él. Nuestras representaciones son decisivas, pero el asunto mismo es lo posibilitante, lo que da que hablar, lo que da que pensar –y lo que nos permite dia-logar, con-versar. El asunto es lo que se ofrece para que nosotros lo ofrezcamos al habla en un diálogo infinito, para que nos reunamos en torno a él y lo saquemos de su misterio decidiendo y proyectando en cada caso su modo de ser-revelado. Si no advertimos esto, es imposible el diálogo y permanecemos solos, encerrados en nuestros discursos de especialistas, y por sobre todo, desvinculados de lo esencial. Lo que nos reúne no es el lenguaje, sino primariamente aquello de lo que hablamos, lo que intentamos mostrar a través de él. Pero nosotros, los modernos, usualmente insistimos en separarnos por cuestiones de diferencias discursivas, por hablar distintos lenguajes.

El asunto en juego en este diálogo es la dimensión sensoriomotriz de nuestro ser. En relación con el artículo del profesor Marcelo Valdés –que aparece en esta misma edición– sobre la relevancia de la educación sensoriomotriz, lo que sigue intenta aportar algunos elementos de análisis que vienen al caso en torno al tema del estatus de lo sensoriomotriz en el contexto de la sensibilidad en general. Tales elementos de análisis los expongo remitiéndome al tratamiento analítico-descriptivo de los procesos de constitución de la cosa intuitiva material en relación con el cuerpo estético, tratamiento que se encuentra en el segundo tomo de la obra “Ideen zur einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie” (Holanda, 1952) del filósofo austriaco Edmund Husserl. Luego de exponer de la manera más llana posible algunos aspectos de estos análisis que se inscriben en el dominio de la teoría del conocimiento –específicamente la fenomenología de la percepción–, intentaré hacer algunas libres reflexiones que espero sean de algún provecho.

La palabra “psicomotricidad” está compuesta de un sustantivo griego, psyché, vertido tradicionalmente por “alma”, y el sustantivo latino motus, que dice “movimiento”. De ello se sigue que la palabra en su composición hace referencia a la relación, en términos antiguos, entre alma y movimiento. En el lenguaje moderno de Husserl, tal relación adviene pensada como la relación entre la “consciencia” (Bewusstsein) y la “movilidad del cuerpo propio” (Beweglichkeit der eigen Körper). Una de las tesis centrales de Husserl al analizar la relación entre sensibilidad, consciencia y revelación del mundo circundante, es que la revelación que hace la consciencia del mundo circundante se funda en la sensibilidad. Pero no en una sensibilidad entendida a la manera clásica, sino en una sensibilidad que implica tanto los sentidos que reconocía la tradición (sentidos “externos”: vista, oído, tacto, olfato, gusto), como también una serie de sentidos que se tiende a denominar “internos”, principalmente: propiocepción (percepción del esfuerzo muscular y de los órganos internos), cinestesia (percepción del movimiento de nuestro cuerpo y de la relación espacial entre sus partes), equilibrio (percepción de nuestra ubicación corpóreo-espacial en relación con la gravedad). Husserl plantea que la cosa material intuida (Aistheta) que constituye el estrato básico del mundo circundante, en su estructura estética o ‘contextura intuitiva’ (anschauungliche Beschaffenheit) depende de la contextura intuitiva del cuerpo animal sintiente, de la sensibilidad específica en virtud de la cual el cuerpo animal se constituye como experimentante. La cosa es sentida –adquiere su estructura estética– según los peculiares y específicos modos de sentir del animal humano. Pues bien, según esto, toda experiencia de cosas materiales reales en el mundo circundante del yo tiene referencia a su cuerpo. Yo experimento cosas materiales reales mediante mi cuerpo. Pero mi cuerpo no es pensado aquí como una mera cosa física u objeto material, o como una burda representación de “la maquina del cuerpo”, sino como cuerpo vivido, como sistema de sensaciones (actos exhibidores) vinculados con fenómenos propioceptivos, cinestésicos, etc. (el cuerpo experimentado como un instrumento que yo siento y puedo usar, desplazar en el espacio, obligar a hacer esfuerzos, etc.; en suma, como algo sometido a mi dominio).

Tenemos, entonces, que según Husserl hay una dependencia de la constitución de la contextura intuitiva de la cosa respecto de las contexturas intuitivas del sujeto experimentante en cuanto cuerpo animal (sujeto trascendental constituyente, encarnado como cuerpo sensible). El cuerpo es el medio de toda percepción. Los sentidos desempeñan un papel evidenciador (exhibidor) de lo que hay en nuestro entorno, pero el cuerpo es en su integridad un órgano sensorial libremente movido, fundamento primigenio de la aparición de toda cosa real. En suma, en toda constitución de la cosa intuitiva espacial participan dos tipos de sensaciones con funciones distintas, es decir, desde un punto de vista analítico hay una articulación doble de la experiencia perceptiva:

1) Sensaciones constituyentes motivadas que captan y distinguen notas y matices aparentes de los cuerpos (los cinco sentidos clásicos y sus notas sensibles).
2) Sensaciones no constituyentes pero sí motivadoras (ligadas a la voluntad) de la captación: sensaciones propioceptivas y cinestésicas aparejadas al libre movimiento del cuerpo como órgano que organiza la serie de las captaciones. La ordenación motivada de las captaciones la podemos graficar de este modo: “si muevo el globo ocular de tal manera, entonces la serie de apariciones transcurre en tal orden”.

El cuerpo es portador del “punto cero de orientación” en torno al cual el espacio y todo lo que en él se hace patente se organiza desde el aquí y el ahora. A partir del cuerpo se articula la ordenación del espacio (arriba, abajo, derecha, izquierda, delante, atrás, etc.), el cuerpo sitúa el aquí y ahora desde el cual el yo intuye el espacio y las manifestaciones sensibles que exhiben lo que hay en él. Toda cosa aparece en referencia al cuerpo (por ejemplo, si veo o me imagino un gato, necesariamente lo veo o imagino en cierta disposición espacial respecto de mi cuerpo: lejos, cerca, dándome la espalda, de frente, o de lado, etc.). El orden y la disposición de las apariciones de la cosa lo determino yo (“orden motivado”) moviendo mi cuerpo en relación con la cosa para ver sus distintos lados, para acercarme o alejarme de ella, etc.; si muevo mis ojos de determinada manera, la serie de apariciones queda determinada por tal movimiento. Por lo tanto, hay una relación entre mis sensaciones propioceptivas y cinestésicas –relativas a la sensación del cuerpo como tal en su movimiento en el espacio a voluntad– y las series de sensaciones motivadas –ordenación de las apariciones de la cosa como serie de aspectos de la misma en transcurso: si el ojo se mueve de tal modo, entonces la imagen se muda de tal modo; si se vuelve de alguna otra manera determinada, entonces la imagen se muda correspondientemente de otra manera.

Nuestra experiencia del mundo tiene que ver de un modo fundamental con nuestra sensibilidad, y ésta tiene una dimensión de psicomotricidad que juega un papel fundamental. Nuestra comprensión del entorno se basa en la riqueza y fineza de nuestras percepciones, y nuestras percepciones se hacen más ricas y finas en la medida en que nuestro cuerpo se puede abrir con propiedad y sin trabas a lo que nos circunda. La educación de la psicomotricidad, por lo tanto, podemos considerarla como parte importante de lo que podríamos llamar educación básica de la sensibilidad.

Es preciso, pues, no descuidar este aspecto en la educación de los niños, considerando el hecho de que muchas veces la educación que les damos pone énfasis en ciertas cosas y, por defecto, otras que incluso son más fundamentales o básicas quedan no suficientemente atendidas o algo desvalorizadas. Hay muchos ejemplos de ello. Por ejemplo, cuando pensamos que nuestros niños con sólo enfrentarse a un computador y familiarizarse con él ya están en condiciones de aprender a darle una utilidad relevante, sin considerar que para ello es preciso desarrollar primero en ellos ciertas habilidades cognitivas para que puedan leer comprensivamente un manual de usuario y entender el manejo, la lógica y la utilidad de un programa, en orden a hacer del computador algo más que un juguete o un mero instrumento para realizar acciones técnicamente elementales como chatear o navegar por la red. Otro tanto ocurre con la enseñanza de la matemática, que tiene como requisito saber leer bien para poder comprender la exposición de los principios y el planteamiento de problemas de aplicación; no siendo así se da el caso de que a muchos jóvenes les ocurre que, dominando bien la operatoria matemática formal, fracasan en la comprensión del planteamiento verbal de los problemas de aplicación en la PSU, ya sea en el contexto de situaciones de cálculo en la vida diaria o de cuestiones de física o química. La educación en psicomotricidad aparece como algo muy relevante y básico, no sólo para la formación de deportistas, sino para muchas otras actividades humanas, si no para la actividad humana en cuanto tal. Pienso, por ejemplo, en la importancia de la psicomotricidad en la música, considerando la ejecución de instrumentos y la gracia de una interpretación que ostente fuerza y sutileza a la vez. Otro tanto obviamente se puede decir de la danza o el teatro. O de un buen naturalista, que además de ser hombre de ciencia debe moverse a través de entornos naturales agrestes con una destreza similar a la de las especies animales que busca estudiar en su propio medio. Incluso en el caso de alguien que practique el arte de la escultura viviente, que si bien no ejerce movimientos en el acto, debe dar muestra de maestría en el dominio propioceptivo de su aparato muscular.

En fin. Para terminar, recuerdo una bella experiencia de juego que hace patente la "relación entre cuerpo y alma" -para nombrarla en términos antiguos. En un balancín, con un amigo, jugando a equilibrarnos, a lograr un balance perfecto. Para lograrlo es preciso sentir el propio cuerpo y adivinar los esfuerzos del otro, y es casi imposible si no se repara en cada uno de los pequeños y casi imperceptibles gestos de esfuerzo en su rostro… si dejas de mirar al otro a los ojos, el equilibrio se rompe, pierdes la conexión y el sistema se desbalancea. El juego fracasa.

Cantón de Reclutamiento Genético de Plantas: pensando a futuro.


Fernando Blamey Ortiz
Alumno Tesista de Agronomía, Campus Zapallar-Curicó

Las plantas hoy en día contribuyen al abastecimiento alimenticio a nivel global. Por esta razón, pensando a futuro, el Cantón de Reclutamiento Genético de Plantas -Banco de Genes o Banco Genético de Plantas- se presenta como una alternativa cuyo fin será proveer de alimento a nuestras poblaciones venideras ante cualquier eventualidad negativa.

¿Qué son los Bancos de Genes?

Los Bancos de Genes son los recursos genéticos vegetales, es decir, las semillas viables que se recolectan desde los cultivos y son almacenadas en depósitos ex situ -esto es, las muestras son guardadas fuera de su lugar de producción natural. El meollo de lo anterior es la conservación y el cuidado de la diversidad vegetal.

Actualmente, a nivel mundial, existen alrededor de 1.460 bancos de genes distribuidos en Europa, América y Asia, todos ellos albergan en suma un total de 5.4 millones de semillas, contemplando también las duplicadas.

¿Cómo operan los Bancos Genéticos?

Los vegetales, como cualquier organismo sexuado, producen un embrión viable, el cual puede ser recolectado y almacenado en un banco de genes para su posterior desarrollo. Los pasos a seguir para lograr lo anterior se detallan en breve:

- Las semillas son limpiadas, desinfectadas y depositadas en un recipiente sellado.

- Las semillas que serán utilizadas dentro de 20 y 30 años son mantenidas a una temperatura media de 5 grados Celsius.

- Para el almacenamientos a largo plazo (100 años) los embriones son guardados a una temperatura de –18 a –20 grados Celsius.

Cabe inferir que las semillas mantenidas por largos años decaen en su viabilidad, por lo tanto, en estos casos es necesario cultivar las semillas para así producir embriones nuevos. Este proceso requiere de sumo cuidado, teniendo en cuenta que estas plantas no pueden ser infectadas genéticamente con polen de otras especies.

¿Qué importancia posee un Banco Genético?

Con la creación de bancos de genes en el planeta, nuestra preocupación por el cuidado de los vegetales se ha acentuado cada vez más; no obstante, esto tiene un objetivo potencial sobre nuestra nave ya que podremos mantener la diversidad de las plantas, obtener material vegetal para diseñar variedades mas resistentes, suministrar alimentos en años de desastre y, por último, nos proveerán de alimentos a futuro.

Mantención de la diversidad vegetal

En la época actual la mono-agricultura y la invasión urbanística sobre los paisajes han generado un considerable grado de erosión genética, con el respectivo decaimiento de plantas silvestres. Pero, con la utilización de Bancos Genéticos se logrará la subsistencia de la diversidad en modalidad ex situ, la que luego será trasplantada al medio ambiente degradado.

Material vegetal para crear organismos modificados


En las grandes extensiones de trigo en países desarrollados, en ocasiones los agricultores se ven desfavorecidos anualmente por el ataque de patógenos, los cuales elevan el presupuesto para financiar la actividad. Por tal motivo, la creación de Bancos de Genes ayudará a crear variedades resistentes gracias a la cantidad de genes de planta silvestres que poseen el grado de resistencia frente a los insectos problemáticos.

Suministrar alimento en tiempos de desastre

Hoy en día convivimos con diferentes adversidades de índole climática, bélica, etc., que de una u otra manera perturban el abastecimiento alimenticio a países desarrollados y a países en vías de desarrollo, obviamente implicando el deterioro económico de estos últimos. En razón de lo anterior, los centros de recolección de semillas de los pueblos contribuirán a la anulación de cualquier dificultad que deteriore la agricultura.


Proveer de alimento para las generaciones venideras


Desde el enfoque de prospectiva alimentaria para la humanidad es imprescindible la creación de Bancos Genéticos de Plantas por parte de todos los pueblos del mundo. Con todo esto se conseguirán mejorías de abasto alimentario, como es bien sabido, de generación en generación.

Vale añadir que falta bastante tiempo por recorrer y recolectar, los ánimos gubernamentales son necesarios para consolidar las entidades especializadas en la conservación genética. Las iniciativas de financiamiento han sido iniciadas por la FAO (Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) a través de su programa de Fondo Global de Conservación, en donde su aporte es esencial para los Bancos de Genes existentes en el mundo.

La tecnología y nuestras costumbres.


Miguel Muñoz Villegas
Pedagogía en Educación General Básica, Campus Zapallar-Curicó

Quisiera comenzar volviendo atrás en el tiempo, cuando los juegos infantiles eran principalmente actividades de grupo y de interacción directa, acostumbrábamos a escribir cartas de amor a nuestra persona amada, si viajábamos en automóvil por la carretera la entretención era a nivel de grupo familiar, con cantos como el "vamos llegando, chuvay chuvay"…

Los tiempos cambian y como todo evoluciona, los juegos infantiles que antes eran grupales, hoy han sido reemplazados por la individualidad de los juegos electrónicos; la carta de Amor con nuestro puño y letra que alegraba el corazón del destinatario, hoy se traduce en el veloz y frío correo electrónico; reproductores musicales, televisores y juegos de video portátiles han silenciado el viaje que antiguamente se acortaba como ya dije, con entretención familiar.


Cierto es que cada nuevo producto de la tecnología puede aportar inmensas ventajas: satisfacen necesidades en cualquier tiempo y lugar, con gran velocidad; sin embargo nos condicionan a un cambio radical en nuestra forma de vivir, pues han desarrollado en nosotros nuevas formas de comunicación, las cuáles se dan desde la interacción silenciosa, mediante un teclado o una palanca de juego de video electrónico.

Nuestra principal característica como seres sociales que somos, es la necesidad de comunicación, de compartir, de conversar persona a persona, de sentir que somos escuchados, y en ese sentido la tecnología influye en la desconexión con los demás y con nosotros mismos.

Sin duda existe un universo de distancia entre un consejo por el internet y otro en el cual se puede mirar a los ojos y agradecer con un apretón de manos o un abrazo calido. Estas nuevas formas de comunicarnos nos han transformado en seres silenciosos, que se comunican desde un teclado de computador.

Aunque la tecnología tiene una importancia fundamental, es lamentable que actualmente la vida la estemos viviendo frente a una pantalla, inclusive con las relaciones interpersonales. Esto silencia a la familia y a la responsabilidad social.

No impongo mi pensamiento, sólo recuerdo tiempos de antaño y reflexiono sobre la moderna esclavitud que nosotros hemos aceptado. Es algo así como vivir una cultura del silencio.

Cuento: "ENCUENTRO"


Santiago Fantóbal
Docente del área de Educación – UDM Campus Curicó



Luego de pagar unas cuentas y conversar con su Ejecutivo, había decidido arrendar una película. Mientras se dirigía al negocio pensaba en su opción nocturna: el zapping estéril o el intento forzado de meterse en una trama ajena y alienante, pero cómplice del sueño.

Caminaba automáticamente, sin hacer conciencia de la gente que a esa hora volvía a casa apurando el paso, como mecánicamente convencida de que al final del día se alcanza una fugaz felicidad. Aun así, fijó su mirada en un hombre en bicicleta, con un paquete que seguramente contenía algunos bocados modestos para alegrar la hora del té. No pudo evitar pensar que tal vez ese sencillo gesto daría a esa familia más satisfacción que todo el inservible esfuerzo que él mismo había desplegado durante tantos años.

Casi al llegar a la calle del parque el hombre la divisó. La mujer también lo vio desde unos cincuenta metros. Para ella era familiar su figura algo encorvada, su correcta vestimenta y el pelo semicano que, junto a la finura de sus rasgos, daba al hombre el aspecto de una dignidad cansada.

La mujer pensó rápidamente en las palabras que emplearía para saludarlo. Ensayó mentalmente los gestos que suponía acordes con la conversación que eventualmente iniciarían. Caminó un poco más lento, como queriendo prolongar la emoción de algo que se ve venir y cuyo incierto desenlace provoca un tibio regocijo. Recordó que a veces cuando niña contemplaba durante muchos minutos el chocolate que había llevado a su cama y luego lo desenvolvía pausadamente, prolongando el éxtasis hasta que la sensación se hacía casi dolorosa.

La distancia se acortaba. El hombre comenzó a ensayar una sonrisa, que debía ser amable y cauta. Empezó a detenerse y el paisaje circundante de la gente, luces, vehículos y negocios, adquirió un tono menor en su conciencia, como un fondo lejano que sólo sirve para realzar la figura de un cuadro.

La mujer detuvo su andar, como eligiendo el escenario en el cual se desarrollaría el encuentro. Era justamente cerca de la luz blanquecina que emanaba de un negocio de abarrotes, aumentada por el multicolor cambiante de un letrero luminoso de mal gusto.

El hombre caminó tres pasos más. Se detuvo, y con voz que intentaba aparecer segura y algo indiferente, saludó a la mujer:

-¡Hola!…Te vi de lejos…
-¡Hola!…yo también te vi.
-¿Cómo has estado?
- Bien…¿y tú?

Las palabras eran simples, triviales, comunes. Pero los gestos y la inflexión de las voces denotaban algo más profundo. Algo que se acallaba, larvado, encubierto, pero presente. La interrupción de un niño que pedía limosna apenas alteró la atmósfera casi mágica que los envolvía.

-¿Cómo te ha ido en la oficina?-. La voz de ella era suave, y él se sintió acariciado y comprendido, pese a la sencillez de la pregunta de la mujer.

-Igual que siempre. No hay muchas novedades…

El hombre pensó si sería buena idea invitar a la mujer a sentarse en un banquillo cercano, casi al final de la calle que desembocaba en el parque. Caviló con presteza, evaluando la conveniencia de la idea, que en ese momento adquiría una importancia vital en su estrategia. Pero luego la desechó, pues podría apurar la despedida de la mujer y quebrar la atmósfera de cierta irrealidad que se había producido entre ellos.

-Y a ti, ¿cómo te ha ido con los seguros?-. Había en la voz del hombre una especie de súplica, que seguramente la mujer captó, por el gesto nervioso con que pasó su mano por su cabellera.

-A pesar de la crisis, he vendido varios- contestó la mujer, al mismo tiempo que se fijaba en el descuidado nudo de la corbata del hombre, que paradojalmente daba más elegancia a su figura. Reparó también en su traje gris, de correcta caída y su vista se quedó un instante en las manos del hombre, de dedos finos, que ella relacionó con los de un pianista.

El paso de un empleado del Banco Hispano –donde el hombre hacía sus negocios– y la mirada irónica que lanzó a la pareja, hizo que callaran por momentos.

Como en un acuerdo tácito caminaron juntos un par de pasos, alejándose de la luz que con su impertinencia interrumpía la complicidad del momento. El hombre miró con más soltura a la mujer, y pese a conocer de memoria su rostro, repasado imaginariamente en varias noches de insomnio, volvió a estremecerse ante la limpieza de sus rasgos y la perfección de sus facciones, apenas atenuados por la tristeza de sus ojos.

Sin encontrar las palabras que podrían prolongar el encuentro, el hombre se escuchó decir muy a su pesar:

-Bien…ha sido un agradable momento.
-Ya lo creo –contestó ella, aunque luego se sorprendió de lo que consideró audacia de su parte.

La indecisión de la separación, y el no saber si despedirse de un apretón de manos, dio un toque de comicidad a la escena. Sin embargo, los transeúntes pasaban raudamente apurando el regreso a casa, sin fijarse mucho en la pareja.

La última mirada que cruzaron el hombre y la mujer decía mucho más que mil palabras. Había en ella promesas de una vida mejor, de una serena placidez, de una mutua comprensión. Era una mirada en la que se excluía la fogosidad de la pasión, la mirada de dos personas en la medianía de la edad que ya comprenden el valor de la apacible compañía y del amor maduro.

Se separaron sin prisas, retirando de a poco sus miradas. La mujer hizo un gesto, como si quisiera agregar lo último. El hombre esperó, pero ella se arrepintió o no encontró las palabras. Él quiso decir algo importante, inteligente. Algo que denotara de alguna forma parte de sus sentimientos. Pero fue un vano intento y sólo escuchó su propia voz, en un comentario del cual se sabía arrepentido antes de terminar la frase:

-Dale mis saludos a tu marido…

Cuento: "OLVIDO"


Robert Ramírez
Pedagogía en Historia, Campus Zapallar-Curicó.


Afirmado en su bastón, valiéndose de éste para apurar el tranco, llegó a la vereda tras cruzar el largo pasillo del patio anterior que separaba la casa de la calle. Su dirección: calle Lautaro nº 90. Con agilidad inquietante, una vez libre, comenzó su andar hacia la próxima calle, Alberto Urenda, la cual cubre un costado de la laguna Esmeralda y da fin a la calle Lautaro. Una vez que llegó a la esquina, su rostro, su mirada quedó instintivamente clavada en dirección al sur desde donde venían extraños y fuertes ruidos de maquinarias. Nuevamente inició su andar, llevaba en su mente sospechas y dudas, el temor de lo que podría estar ocurriendo. De ahí su apuro, de ahí que no le importaba el riesgo a caer, teniendo en cuenta que sus años no le permitían tan intrépida acción. La calle Urenda va en ascenso bien marcado hasta la calle 21 de Mayo, intersección que va por la parte alta de la laguna y paralela al tendido de la línea férrea. Con su corazón agitado y afirmándose en el bastón, así como en las paredes de las antiguas casas del barrio, logró llegar a escasos metros de la próxima esquina. La situación que se le presentó lo desquició y atormentó más aún: maquinaria pesada en plena demolición de un edificio, cargadores frontales y camiones recibiendo escombros, el perímetro cercado por obreros y la policía motorizada… le cortarían el paso, sería inútil insistir en pasar o acercarse más. Su rostro temblaba, cada golpe que sentía despedazaba su ser, sus esperanzas; pero no por ello dejó de prestar atención. Este octogenario anciano no se resignaba, su pecho se apretaba, le comenzaba a faltar el aliento como si llegase a una altura insoportable: no era posible tanta crueldad, tanto olvido.

Santiago Rosales, tal era su nombre, reponiendo fuerzas, ceñidas sus manos en su bastón –fiel compañero de sus ahora pocas andanzas–, cruzó la acera para llegar a la ribera de la laguna. Sus ojos brillaban, pues de ellos no tardarían en escapar algunas lágrimas. Pese a ello no perdía la calma que lo caracterizaba, aunque el molesto polvo le llegaba a ser irritante. Él sólo deseaba observar, ser testigo de la realización de tan descabellada idea… ¿quién lo habría decidido? Fue su pregunta, casi subconsciente.

Mientras los fuertes golpes continuaban masacrando sin piedad las paredes de aquel edificio, que otrora cobijara a tantas gentes, siendo punto de partida como de llegada de los habitantes de las ciudades y de los campos de la provincia, el cerco policial no permitía el paso de persona alguna al lugar de demolición. Aún así, haciendo mayores esfuerzos debido a la cortedad de su vista, asistida de anteojos para distancia, seguía los detalles de las acciones de estos aparatos monstruosos que daban fin a los recuerdos, a las vivencias de tantos años, las suyas propias, ya que su vida trascendió allí, junto al ferrocarril, en las estaciones, junto a las maquinas, y junto a los pasajeros en los coches.

No es nada nuevo decir que la memoria de los seres humanos es como el éter, volátil y capaz de viajar a épocas distintas, como le empezó a suceder a Santiago: los recuerdos llegaron a él, pasajes tanto de sus años juveniles como de su infancia. La brisa suave de aquella mañana más los rayos de un sol primaveral revolvían y daban brillo a sus canos cabellos, siendo inspiradora del retorno a tiempos de antaño.

Finalizaba el año de 1923 y, con ocho años de edad recién cumplidos, su padre lo llevó con él, lo alejó de su madre y de la escuelita básica donde aprendió sus escasas primeras letras, lo justo para evitar algún engaño. El hombre mayor –su padre– fue maquinista y Santiago heredó su oficio como tradición de familia. Las pretensiones de este hombre eran que el niño Santiago poco a poco conociera las labores de un maquinista y asegurara así su futuro. Para ello lo mantuvo siempre cerca y así un día comenzó como ayudante de fogonero. El pequeño, nacido en el pueblo de Santa Bárbara en 1915, tuvo su primera impresión de los trenes cuando se inauguró el servicio hasta esa localidad precordillerana en 1921. La alegría de las gentes y el movimiento del pueblo lo motivaron para seguir al hombre mayor y entusiasmado aceptó el trabajo de ayudante de fogonero, a pesar de no ser lo más apropiado para un niño de tan corta edad. No hubo vacilación al respecto y, con la ventaja de ser crecido, asimiló pronto la dura faena.

La estación del ramal Los Ángeles era un edificio de un piso construido todo en ladrillos esmerilados. Su dirección: avenida 21 de Mayo sin número, frente a la Laguna Esmeralda. El ramal contaba con buffet de primera y segunda clase y la estación incluía boleterías, salas de espera, kioscos y confiterías; sus puertas de acceso todas con vidrieras, amplios ventanales, estacionamientos donde se aparcaban desde cabritas y carretelas hasta “autos de arriendo” –término que le daban las personas a los taxis en sus primeros tiempos. Su andén principal era todo techado, con piso de baldosas. Este inmueble contaba con bodegas de equipajes y encomiendas, custodias y oficinas. Santiago, buscando nuevas instancias para aprender y aprovechando las oportunidades que se le presentaban, compraba revistas de historietas y cuadernos para dibujar en los almacenes y kioscos del lugar, reemplazando así en parte su educación, cosa que se le había negado. Tampoco perdía las ocasiones de compartir algunos juegos con otros niños que mataban las horas vagando por los alrededores del recinto.

El viento del sur comenzó a soplar más fuerte, volviendo fría la mañana unas pequeñas e intermitentes ráfagas. La polvareda lo obligó a tomar mayor distancia. Entonces, para cambiar de sitio, subió peldaño tras peldaño las gradas que hacían de cabecera de la laguna en la parte alta. Sofocado aún, se afirmó de un grueso pilar para protegerse y continuar como testigo de aquella infame despedida. Todo aquello era irreversible, tal como lo es el paso del tiempo.

Mas su vida de niño obrero fue tomando otras bifurcaciones con la llegada de la juventud, inserto en los movimientos de los “fierros rodantes” –como les llamaba cariñosamente a los trenes, término que aprendió del jefe de estación de aquellos años. Cada viaje a Santa Bárbara lo aprovechaba para correr a saludar a su madre y también a una pequeña hermanita nacida en tiempos recientes. Santiago, habituado a esos viajes, siempre mantuvo la inquietud por diversificar su conocimiento de las labores ferroviarias. Gracias a sus ahorros pronto vistió una tenida negra como la de los conductores, para así buscar la ocasión de trabajar como ayudante de estos hombres. Santiago había comenzado como un paisanito que cooperaba en cualquier punto de trabajo, llegando a ser reemplazante en la labor de ayudar como fogonero. Tras un tiempo, el hombre mayor comprendió que su hijo estaba para otras cosas y que debía intervenir en su favor. Por ello lo encargó a don Abel Morales, jefe de estación de Santa Fe, lugar donde nacía el ramal. De esta forma Santiago dio el primer paso significativamente favorable en su vida: en la estación de Santa Fe fue encargado de guardarropías y custodia, y luego que se ganó la confianza de don Abel pasó a las boleterías, manteniéndose en ese puesto por más de dos años, hasta el día en que debió partir a cumplir con el servicio militar.

Mientras los rayados muros con extraños grafittis iban cayendo, él también comenzaba a doblar sus rodillas con clara intención de sentarse en un banco de hormigón a la orilla de las gradas. Su alma estaba herida y sus anteojos empañados por el sudor de su frente y por las lágrimas que se escapaban por sus pómulos rugosos. Con mano temblorosa, con un blanco pañuelo las secaba y, nervioso, por instantes hacía rebotar con golpes cortos su bastón en el cemento. Luego recobraba la serenidad y entonces tiernamente miraba las aguas de la laguna… resignado, fue invadido por el brillo del reflejo de los rayos solares en ellas, y Blanca, su gran amor, se hizo presente en las aguas… su imagen estaba ahí.

Durante el tiempo de estadía en Santa Fe generalmente descansaba los días domingo, días en los cuales viajaba a Santa Bárbara a visitar a su madre y hermana, o bien paseaba en los botes que existían en la laguna. La experiencia más entrañable de su corta existencia comenzó allí. Una tarde de inicios de primavera, paseaba por los senderos que rodean la laguna. Aún los días no presentaban tan altas temperaturas, por lo cual desistió de pasear en bote y salió a caminar; el verdor hacía gala por todos lados. Sucedió entonces que en cierto momento se cruzaron ante él tres señoritas que disfrutaban de la tarde dominical. Distraídas conversaban y reían entre sí y Santiago no pudo evitar mirar a una de ellas indiscretamente. Y tuvo respuesta. Él se quitó ágilmente el sombrero en ademán de saludo y pleitesía; ella sonrió; él sintió dar pasos en el aire, pero prosiguió su ruta. De pronto, inconciente y con reflejos juveniles, cortó una rosa de los jardines que bordean los senderos y volvió raudo para instalarse ante ella. La flor quizás estuvo tan nerviosa como lo estarían ellos. Pero sin mediar más nada llegó a las manos de ella.

-Mi nombre es... Santiago Rosales… un pequeño recuerdo para usted.

Esas palabras nunca las pudo olvidar, quedaron plasmadas en su sentimiento de hombre formado por la vida. Ella hacía honor a su nombre, Blanca. Al sentir el roce de su mano en el saludo de este joven se inclinó cortésmente. Desde aquella tarde nunca la olvidó y un sino estaba marcado para ellos. Esa joven de escasos 17 años en un tiempo no muy lejano se convertiría en su esposa.

La mañana continuaba avanzando, a la distancia se divisaban algunas personas transitar no dando importancia a lo que sucedía. Además ese era ya para estos tiempos un barrio muy silencioso, la algarabía de antaño había quedado en el pasado. Lentamente los párpados de Santiago se cerraban somnolientos. Mientras, las maquinas seguían en lo suyo, luchando por derribar las ruinas que se resistían a caer. Los camiones hacían su parte, llegaban vacíos, mas pronto salían cargados con la historia de la vida de muchos. Si alguien hubiera notado la presencia de ese anciano sentado en lo alto de las gradas junto a los bustos de Prat y sus marinos, jamás hubiera pensado que él fue parte del ferrocarril y más aún, que él fue el último jefe de estación a fines de los años ochenta, terminando sus días de empleado con la esperanza de la reanudación de los servicios del ferrocarril para así traer al presente la vida que estaba perdida.

Con Blanca Vergara para el ocaso del verano ya mantenían una amistad y conversaban con harta complicidad de la belleza de los jardines y céspedes que rodeaban la laguna. Se comenzaban a intercambiar promesas, un sentimiento de amor nacía entre ellos. Mientras iban contándose sus historias y dejando de lado el temor que sentían, las barreras de la timidez iban quedando atrás.

Su mirada se paseaba por la laguna, las viejas casas y el trato despiadado que estaban recibiendo los pocos muros que quedaban aún en pie. Sin quererlo, un gesto de ahogada risa salió de él. Le hubiese gustado tener a alguien en ese minuto para contarle como llegó a comprometerse y casarse con Blanca.

Una de esas tardes dominicales fueron sorprendidos por los padres de ella y una de sus hermanas, mientras conversaban alegremente en medio de aquel lugar, que a esas horas estaba invadido de gente paseando y descansando. De manera imprevista Santiago tuvo ante él a las personas antes mencionadas. Sorprendidos y sorprendido él, nadie movió los labios en pos de palabra alguna. Sin querer, todos sintieron miedo de enfrentarse, no había duda, pues el rostro de Adelaida, la hermana de Blanca, era inconfundible y ambas se reconocieron al instante. Finalmente nadie pudo huir de tal situación. De pie y con sombrero en mano Santiago se presentó. Ya la dura mirada de Don Emilio Vergara lo obligó a sacar palabras explícitas y convencedoras del significado de aquello entre él y su hija. Las mujeres sólo atinaron a guardar silencio, observando cada detalle. Jamás pensó que tendría que dar tan serias explicaciones, y las daba, sin dejar de hacer movimientos giratorios con el sombrero en una mano, y con la otra secando su frente y sus sienes con un pañuelo, pues miles de gotitas burlescas jugaban en su rostro. Cómo olvidar que fue toda una odisea aquel encuentro, pero hubo compensación para el real amor de estos jóvenes: el logro de un permiso para visitar a la joven Blanca en su hogar. Así, el padre de ella lo interrogaría cada vez que la ocasión lo permitiera. Fue mucha la emoción para ellos, días de ilusión. Santiago por esos días reía y compartía su alegría con algunos buenos amigos. Las tardes en la laguna se convertían en gratas y minúsculas horas… creyó en la felicidad y la vivió.

En 1935 Santiago fue llamado a cumplir con sus obligaciones militares. Ya tenía veinte años, pero no se olvidaron de él. Sufrió un castigo de dos años por no informar a la oficialidad de reclutamiento su situación de retraso. En compensación de ello el regimiento de Los Ángeles fue su cuartel, con la ventaja de poder ser visitado o visitar a su amor y a sus padres y hermana. Algunos hechos desconocidos de insidia por parte de unas malas almas pusieron en riesgo la relación de Santiago con Blanca; se sembró la duda acerca de él, y, en una decisión desafortunada, él se excusó con trámites inexistentes, manteniéndose alejado por casi dos meses. Por los rincones lloró su amargura, mas en las lágrimas no estaba la solución. Para entonces ya le restaba poco tiempo para salir licenciado y debía decidir el futuro de ambos. Una mañana, estando de franco y muy elegante, con flores en las manos y las cartas recibidas de ella en una cartera del vestón, se presentó en el hogar de Blanca y ante sus padres, claro y preciso, con palabras entrecortadas por instantes pero seguro de sus sentimientos, la pidió en matrimonio. Para evitar que las piernas se le doblaran siguió hablando, no omitió detalles de sus planes, ni siquiera una posible fecha para la ceremonia. Las cosas transcurrieron rápido: conversaciones, el interrogatorio del padre, y el sello del compromiso se aprobó justamente como se celebró.

Al volver a la vida civil, con sus planes trazados, pretendió dedicarse a la actividad comercial. Invirtió, perdió, invirtió, perdió y se retiró, por cuanto antes de tres meses ya estaba en conversaciones con el jefe de estación de Los Ángeles y, como era de esperar, fue reintegrado a las labores ferroviarias. Se colocó como segundo conductor en el tren local. Ya convertido en todo un hombre, se dedicó con abnegación a su trabajo. Diariamente supervisaba todo antes de la salida de un convoy. Además asistía al jefe de estación, y en su tiempo libre se dedicó a recuperar estudios en una escuela de la ciudad. Acumuló muchas vivencias en los recorridos diarios, vio gentes viajando por muchos motivos, alegres, vividores, nostálgicos, desesperados, pillos eludiendo hasta la revisión de los boletos, adinerados comprando los placeres de la vida, pobres preguntándose por qué...

Así fue que debió esperar casi un año para convertirse en un hombre felizmente casado. Fue el 15 de enero de 1938 cuando selló su real compromiso de amor con Blanca Vergara, en la Iglesia de Nuestra señora de Fátima, ubicada en la avenida Camilo Henríquez a dos cuadras de la estación. La ceremonia fue hermosa, y antes de la fiesta paseó junto a su esposa en una cabrita adornada para la ocasión, tirada por un elegante caballo blanco. A la mañana siguiente fueron acompañados hasta Santa Fe por los padres de ambos y una veintena de familiares y amigos para darles una despedida, pues su luna de miel sería en un inolvidable viaje hasta Puerto Montt… simplemente los más bellos momentos junto a su amada Blanca.

Rememorando esto, con la mirada fija en los escombros de la estación, Santiago lloró silencioso. Los hombres iban logrando borrar sus huellas y ya no tenía fuerzas para pensar en un futuro.

Convertido su gran anhelo en realidad, viviendo para su trabajo y su familia, recibió con alegría los nuevos días. Una mañana recibió a su primer retoño; lo llamaron Gideón. Santiago lo sostuvo en sus brazos y, poco a poco, conoció su risa, su llanto, su vida. A los seis años de matrimonio nació su segundo hijo, al que llamaron Cristóbal. Pero la vida de altos y bajos de Santiago le traería una nueva sorpresa que terminaría para siempre la unión familiar de sus padres: la señora Mariana, su madre, enfermó aquejada de serias complicaciones pulmonares que la dejaron desesperanzada. Todo sucedió rápido, la trasladaron a Los Ángeles, pero no lograron devolverle la vitalidad, por lo que falleció transcurrido un año. Las alegrías quedaron suspendidas, hubo desazón, y el mayor dolor sería para la pequeña Sarita, hermana menor de Santiago, de tan sólo doce años.

Don José Rosales, el hombre mayor, pidió a su hijo Santiago que junto con su esposa Blanca cuidaran de la niña, petición que fue aceptada por el matrimonio. Don José se dedicaría en adelante de lleno a sus viajes. En ocasiones el tren local llegaba hasta San Rosendo, haciendo parada en las estaciones de Millantú, Diuquín y Laja. Don José quería vencer sus propios temores, pero ya no deseaba llegar con el tren a Santa Bárbara, sentía los fantasmas de su mujer hacerse presentes. Pero, fiel a la Empresa, cumplía con su rutina.

Las falencias administrativas, la poca constancia de los itinerarios, la mala distribución de los sistemas mixtos de carga y pasajeros, entre otros factores, se convertirían a la larga en los puntos vulnerables de la Empresa, disminuyendo la viabilidad de algunos recorridos. Se importaron a principio de los años sesenta desde Italia automotores, buscarriles, coches de primera clase y potentes maquinas tanto eléctricas como diesel. Pero la sumatoria de factores antes descritos fue más fuerte.

Inquebrantable, más allá de esa agonía de recuerdos nostálgicos, estaba la realidad. Lo que estaba presenciando, la poca vida que le quedaba, en fin. Pero no sentía miedo de partir, pues vivió, sufrió y fue feliz. Pronto, quizás, se reencontraría con sus padres y con Blanquita, su amada esposa que no le dijo adiós una tarde de otoño.

Cansado de estar sentado allí, nuevamente acudió a su bastón y con un esfuerzo extra se puso de pie. Sus pies le dolían, también su cintura. Pero tozudo como era, este hombre mayor se dispuso a caminar. En esos minutos la sirena de bomberos sonaba intensamente anunciando el medio día. A pasos lentos llegó a la calle Urenda, dispuesto a volver a su hogar. Levantaba la mirada en dirección a las ruinas, no era el mismo paisaje de la mañana anterior, costaba recordar, todo había cambiado. Se alejaba sin prisa esta vez, con profundos suspiros de niño triste. Poco antes de llegar a la calle Lautaro la voz de un altoparlante hizo que volviera la mirada: en la línea número uno se anunciaba la próxima salida del tren local a Santa Fe. La estación, como antes, era visitada por gentes que con pañuelos y vítores de sombrero le saludaban, alegres, sin olvido.

Cuento: "LA LAGUNA"


Carolina Sotomayor Espinoza
Pedagogía en Educación General Básica, Sede Talca.

Esta historia tiene precedente en un lugar ya olvidado por muchos, pero viviente en la memoria de aquellos que año tras año vuelven a aquel lugar para recordar lo que alguna vez allí ocurrió….

Doña Luisa y Don Juan llevaban quince años de casados, vivían tranquilamente en su casa, comían de su pequeña chacra y su vida transcurría sin mayores sobresaltos. Lo único que aquejaba a la feliz pareja era el no tener hijos, doña Luisa añoraba tener una niña a la cual poder peinar, hacerle vestidos, comprarle muñecas y amarla con devoción; en cambio, don Juan quería un hombrecito con el cual ir al campo, enseñarle a montar y a ser el hombre de la casa. Así soñaban mientras los días pasaban y pasaban y tanto sus almas como sus cuerpos se marchitaban.

Doña Luisa en su juventud fue una mujer acreedora de una belleza afrodisíaca, poseía unos ojos marrones tan perturbadores que cualquier hombre hubiese querido perderse en ellos, sus labios eran rojos y generosos como una frutilla en época verano, su pelo negro azabache contrastaba con el blanco de su piel, que a la vez era suave y tersa como el algodón, su cuerpo parecía que hubiese sido moldeado por algún escultor; sus pechos grandes y firmes eran una invitación a lo desconocido, sus caderas grandes y fuertes estaban hechas para parir a muchos críos, pero nada dura para siempre, pensaba la mujer, y el tiempo ya echaba mano de aquella belleza y sólo quedaban algunos atisbos de lo que un día llegó a ser.

Don Juan, en cambio, en su juventud no fue poseedor de una gran belleza: era más bien lo que se llama un tipo normal, con ojos grandes y negros que se hacían resaltar por el largo exagerado de sus pestañas, su piel morena un poco tosca por el calor que lo acechaba en las horas de trabajo y un cuerpo bien formado debido a su labor de campo; quizás por eso siempre se preguntó por qué aquella mujer tan bella había decidido unir su vida a un hombre como él.

Cierto día, don Juan venía del campo y encontró a su mujer mirando hacia el horizonte, tenía una expresión distinta, sus ojos se habían vuelto a encender como en su juventud y algunas lágrimas recorrían sin prisa su rostro que parecía absorto en un mundo completamente ajeno a aquel en que se encontraban.

Don Juan, un poco confundido por la actitud de su mujer, trató de que ésta reaccionara, pero al no tener respuesta, la movió suavemente para no asustarla; pero luego que este intento fallara, la remeció bruscamente hasta hacerla volver en sí.

Don Juan le preguntó qué había sucedido. Ella, todavía un poco perturbada, le habló sobre un sueño. Su marido, desinteresado en lo que ella le hablaba, ya que decía que los sueños eran cosas de mujeres fantasiosas, no le tomó importancia, pero al ver a su mujer tan entusiasmada con lo que le hablaba le preguntó cuál había sido su sueño.

Ella, animada por la pregunta de su marido, se incorporó en la silla y comenzó su relato:

Me encontraba en la orilla del mar, era un día nublado, la bruma estaba tan espesa que cubría el horizonte, yo sólo veía el reventar de las olas en la orilla; a pesar de que estaba casi oscuro por la niebla las olas eran tan blancas como nubes en verano y caían con una delicadeza majestuosa, la playa estaba desierta y también corría mucho viento, pero yo no sentía frío ni tampoco tenía miedo, ya que sabía que algo iba a suceder; sólo era cuestión de esperar. De pronto percibí una voz que me llamaba.

-Luisa, Luisa.

Era una voz delicada y tranquilizadora. Miré hacia mi costado y había una mujer flotando sobre un colchón de algas que era custodiado por peces de muchos colores. La mujer era realmente hermosa, sus cabellos eran tan rubios como el oro, sus ojos azules eran como el infinito mar, su cuerpo era extraño, ya que su torso era de mujer pero su tronco era como la cola de un pez, su belleza era casi maligna, pero su voz tan angelical que cuando me pidió que me acercara obedecí al instante sin importarme el agua ni la profundidad sobre la cual estaba caminando. Cuando llegue a su lado ella me miro y dijo:

-Luisa, has estado aquí por años y veo como anhelas un hijo por años. He escuchado tus suplicas y hoy he decidido proponerte un trato: haré que tengas una hija, ésta será la niña más hermosa que se ha visto y se verá jamás, tendrá los ojos verdes y su pelo será como un trigal en época de verano, será blanca como la nieve y tendrá una voz que hará que los mismos ángeles bajen a la tierra sólo para oírla cantar, tú le enseñarás costumbres humanas, la cuidarás y amarás con devoción; pero cuando la niña cumpla 15 años me la traerás aquí y yo me la podré llevar a mi palacio.

Luisa termino su relato mientras su marido la miraba con asombro y con una cierta tristeza que se hacía visible por algunas lagrimillas que corrían por su mejilla.

Los sueños se siguieron repitiendo por un mes y ocurrían tanto en la noche como en el día. Una mañana Luisa no se pudo levantar, se había enfermado, vomitaba mucho y tenía dolores que la hacían retorcerse en la cama. Don Juan, muy asustado, la llevó a la curandera del pueblo y ésta luego de examinarla les informó que Luisa tenía un mes de embarazo. Luego del asombroso descubrimiento hubieron alabanzas y llantos de alegría, aquella noche luego de celebrar y preguntarse como ocurrió tan maravilloso milagro se durmieron con una sonrisa en los labios, pero en el sueño se les apareció la misteriosa mujer del mar y les advirtió que no olvidaran la promesa; al día siguiente los dos dieron gracias y pensaron que faltaba mucho para que pasaran quince años.

Así trascurrieron los meses y al noveno vinieron los dolores de parto y Luisa, con algunas complicaciones, dio a luz una hermosa niña que bautizaron con el nombre de Pascuala. Era tal cual había dicho la mujer de los sueños, sólo que nunca pensaron que la belleza de la niña sería tan sobrenatural, la gente que la veía lloraba sin explicación lógica y así empezaron a transcurrir los años, la niña era muy inteligente, a los tres años hablaba correctamente y ya a los cinco sabía bordar y hacer algunas labores domésticas; también sabía montar y acompañaba de vez en cuando a su papá al campo. Así la niña crecía feliz y tranquila en compañía de sus padres. Los años pasaron rápidamente y ya faltaba una semana para que la pequeña cumpliera quince años. Aquella noche Luisa, que ya había olvidado la promesa, soñó con la extraña mujer que le recordaba que ya era hora de cumplir el trato que tenían. Desesperados al ver que perderían a su hija pensaron en la posibilidad de irse a la capital, pero no tenían el dinero suficiente para hacerlo y tampoco la gente les prestaría, ya que al contarles para que lo necesitaban dirían que eso era cosa del diablo y sin saber qué hacer lloraron día a día rogando que un milagro ocurriera para no perder a su pequeña Pascuaza. Pero aquel destino tan fatal ya estaba escrito y llegó el día, y, sin mas remedio, la madre tuvo que armarse de valor y decirle que fuesen e dar una vuelta mientras el padre terminaba de colgar los globos para la fiesta de cumpleaños. La niña le dedicó una miraba tan profunda que la madre se estremeció, pero sin decir una palabra la niña tomó la mano de su madre y echó a andar sendero arriba. Luego de unos minutos de caminata llegaron cerca de una laguna y decidieron tenderse un momento a descansar. La madre comenzó entonces a cantarla canciones de cuna a la pequeña hasta que ésta se durmió; en ese momento la madre se echó a llorar, miraba a la niña como si quisiera plasmar aquella imagen en su corazón, en su mente y en su cuerpo, se dio cuenta de cuánto amaba a esa pequeña, de cuánto la necesitaba y en el infierno que se convertiría su vida en ese momento y para siempre y, sin dudarlo más, tomó cuidadosamente a la pequeña en sus brazos, la apretó con fuerza, cerró los ojos y lanzó a la pequeña a la laguna, donde ésta se hundió.

Volvió cuando casi anochecía, su marido la esperaba en la puerta. Al ver a su mujer en el estado que iba se le apretó el corazón, se fundieron en un fuerte abrazo que duró mucho tiempo, las lágrimas inundaban su rostro y la pena consumía sus almas. Esa noche al dormirse se despidieron, ya que sabían que al día siguiente no volverían a despertar.

Al día siguiente amanecieron muertos y extrañamente la laguna se secó, el cuerpo de la niña no apareció jamás. Luego de una año la laguna volvió a llenarse de agua, con la diferencia de que esta vez su color era un verde tan intenso que dejaba anonadado a quien la veía…

En las noches de luna llena dicen que la niña sale a la superficie para cantar y esperar que su madre vuelva por ella, y en el mar aparece la sirena gritando el nombre de Luisa.