lunes, 17 de diciembre de 2007

Relato: "SÉSAMO"


Nader Cabezas Abusleme
Docente del área de Literatura, Universidad del Mar Centro-Sur

La ayudé a juntar plata para comprar más vino. Había algo en ella que no terminaba de convencerme. Era atractiva, pero como que no era mi tipo. Salimos con el dinero de la fiesta. Estábamos en Irarrázaval con no se qué calle. No recuerdo en qué momento decidimos ir a bailar. Plata teníamos. Ganas también. Los amigos que habíamos dejado en la fiesta –y a los cuales de cierto modo habíamos estafado- tampoco eran tan, tan amigos. Eso atenuaba considerablemente el sentimiento de culpa. Así que nos fuimos al astronauta, un local subterráneo donde bailamos y bebimos mucha cerveza. “Estás todo transpirado” me dijo. Repito, la chica era atractiva. Los prejuicios se me estaban olvidando a esa altura de la noche. No existían, se habían borrado de mi memoria, como los amigos que habíamos dejado pagando. Sonaba Yazoo cuando comenzamos a acercarnos. Fue un bonito primer beso. Muy de adolescente. Y ahí me gustó, de veras. Ya no nos quedaba un centavo cuando la fiesta terminó. Me dijo “¿Te vas conmigo, cierto?”, palabras mágicas que abrían sésamos en la noche morada. Palabras llenas de otras palabras, cargadas de tantas posibilidades. Logramos que unos tipos nos llevaran en una de esas camionetas para repartir pollo. La gente iba bebiendo atrás. Las luces de Irarrázaval se reflejaban en nuestros ojos llenos de un amor recién estrenado, joven y azorado como la noche. Nos invitaron a una casa a seguir la fiesta, pero ella dijo que no gracias, que estaba cansada. Entonces todo recién comenzaba para mí. Llegamos a su casa. Ella abrió muy despacio. “¿Con quién vives?” Le pregunté. “Con mi mamá”, respondió. Entramos a la galería; todo estaba oscuro. “Ven”, me dijo y me tomó la mano. “No hagas ruido”. En su pieza había un avioncito de madera colgando del techo. “Espérame aquí”, me dijo. Seguramente trajo algo de comer, ya no me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que debajo de la funda me recibieron sus piernas suaves y su cintura hospitalaria. Nos abrazamos y nos dormimos. No hicimos nada más. Creo que no fue necesario. Al día siguiente desperté con una aspiradora. Me asusté, y entonces ella me tranquilizó. Me vestí, nos besamos y me fui. La noche había dado paso a un sol que pegaba más fuerte que nunca. Tardé un rato en ubicarme. Sésamo se había cerrado tras de mí.

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