domingo, 21 de octubre de 2007

Cuento: "LA LAGUNA"


Carolina Sotomayor Espinoza
Pedagogía en Educación General Básica, Sede Talca.

Esta historia tiene precedente en un lugar ya olvidado por muchos, pero viviente en la memoria de aquellos que año tras año vuelven a aquel lugar para recordar lo que alguna vez allí ocurrió….

Doña Luisa y Don Juan llevaban quince años de casados, vivían tranquilamente en su casa, comían de su pequeña chacra y su vida transcurría sin mayores sobresaltos. Lo único que aquejaba a la feliz pareja era el no tener hijos, doña Luisa añoraba tener una niña a la cual poder peinar, hacerle vestidos, comprarle muñecas y amarla con devoción; en cambio, don Juan quería un hombrecito con el cual ir al campo, enseñarle a montar y a ser el hombre de la casa. Así soñaban mientras los días pasaban y pasaban y tanto sus almas como sus cuerpos se marchitaban.

Doña Luisa en su juventud fue una mujer acreedora de una belleza afrodisíaca, poseía unos ojos marrones tan perturbadores que cualquier hombre hubiese querido perderse en ellos, sus labios eran rojos y generosos como una frutilla en época verano, su pelo negro azabache contrastaba con el blanco de su piel, que a la vez era suave y tersa como el algodón, su cuerpo parecía que hubiese sido moldeado por algún escultor; sus pechos grandes y firmes eran una invitación a lo desconocido, sus caderas grandes y fuertes estaban hechas para parir a muchos críos, pero nada dura para siempre, pensaba la mujer, y el tiempo ya echaba mano de aquella belleza y sólo quedaban algunos atisbos de lo que un día llegó a ser.

Don Juan, en cambio, en su juventud no fue poseedor de una gran belleza: era más bien lo que se llama un tipo normal, con ojos grandes y negros que se hacían resaltar por el largo exagerado de sus pestañas, su piel morena un poco tosca por el calor que lo acechaba en las horas de trabajo y un cuerpo bien formado debido a su labor de campo; quizás por eso siempre se preguntó por qué aquella mujer tan bella había decidido unir su vida a un hombre como él.

Cierto día, don Juan venía del campo y encontró a su mujer mirando hacia el horizonte, tenía una expresión distinta, sus ojos se habían vuelto a encender como en su juventud y algunas lágrimas recorrían sin prisa su rostro que parecía absorto en un mundo completamente ajeno a aquel en que se encontraban.

Don Juan, un poco confundido por la actitud de su mujer, trató de que ésta reaccionara, pero al no tener respuesta, la movió suavemente para no asustarla; pero luego que este intento fallara, la remeció bruscamente hasta hacerla volver en sí.

Don Juan le preguntó qué había sucedido. Ella, todavía un poco perturbada, le habló sobre un sueño. Su marido, desinteresado en lo que ella le hablaba, ya que decía que los sueños eran cosas de mujeres fantasiosas, no le tomó importancia, pero al ver a su mujer tan entusiasmada con lo que le hablaba le preguntó cuál había sido su sueño.

Ella, animada por la pregunta de su marido, se incorporó en la silla y comenzó su relato:

Me encontraba en la orilla del mar, era un día nublado, la bruma estaba tan espesa que cubría el horizonte, yo sólo veía el reventar de las olas en la orilla; a pesar de que estaba casi oscuro por la niebla las olas eran tan blancas como nubes en verano y caían con una delicadeza majestuosa, la playa estaba desierta y también corría mucho viento, pero yo no sentía frío ni tampoco tenía miedo, ya que sabía que algo iba a suceder; sólo era cuestión de esperar. De pronto percibí una voz que me llamaba.

-Luisa, Luisa.

Era una voz delicada y tranquilizadora. Miré hacia mi costado y había una mujer flotando sobre un colchón de algas que era custodiado por peces de muchos colores. La mujer era realmente hermosa, sus cabellos eran tan rubios como el oro, sus ojos azules eran como el infinito mar, su cuerpo era extraño, ya que su torso era de mujer pero su tronco era como la cola de un pez, su belleza era casi maligna, pero su voz tan angelical que cuando me pidió que me acercara obedecí al instante sin importarme el agua ni la profundidad sobre la cual estaba caminando. Cuando llegue a su lado ella me miro y dijo:

-Luisa, has estado aquí por años y veo como anhelas un hijo por años. He escuchado tus suplicas y hoy he decidido proponerte un trato: haré que tengas una hija, ésta será la niña más hermosa que se ha visto y se verá jamás, tendrá los ojos verdes y su pelo será como un trigal en época de verano, será blanca como la nieve y tendrá una voz que hará que los mismos ángeles bajen a la tierra sólo para oírla cantar, tú le enseñarás costumbres humanas, la cuidarás y amarás con devoción; pero cuando la niña cumpla 15 años me la traerás aquí y yo me la podré llevar a mi palacio.

Luisa termino su relato mientras su marido la miraba con asombro y con una cierta tristeza que se hacía visible por algunas lagrimillas que corrían por su mejilla.

Los sueños se siguieron repitiendo por un mes y ocurrían tanto en la noche como en el día. Una mañana Luisa no se pudo levantar, se había enfermado, vomitaba mucho y tenía dolores que la hacían retorcerse en la cama. Don Juan, muy asustado, la llevó a la curandera del pueblo y ésta luego de examinarla les informó que Luisa tenía un mes de embarazo. Luego del asombroso descubrimiento hubieron alabanzas y llantos de alegría, aquella noche luego de celebrar y preguntarse como ocurrió tan maravilloso milagro se durmieron con una sonrisa en los labios, pero en el sueño se les apareció la misteriosa mujer del mar y les advirtió que no olvidaran la promesa; al día siguiente los dos dieron gracias y pensaron que faltaba mucho para que pasaran quince años.

Así trascurrieron los meses y al noveno vinieron los dolores de parto y Luisa, con algunas complicaciones, dio a luz una hermosa niña que bautizaron con el nombre de Pascuala. Era tal cual había dicho la mujer de los sueños, sólo que nunca pensaron que la belleza de la niña sería tan sobrenatural, la gente que la veía lloraba sin explicación lógica y así empezaron a transcurrir los años, la niña era muy inteligente, a los tres años hablaba correctamente y ya a los cinco sabía bordar y hacer algunas labores domésticas; también sabía montar y acompañaba de vez en cuando a su papá al campo. Así la niña crecía feliz y tranquila en compañía de sus padres. Los años pasaron rápidamente y ya faltaba una semana para que la pequeña cumpliera quince años. Aquella noche Luisa, que ya había olvidado la promesa, soñó con la extraña mujer que le recordaba que ya era hora de cumplir el trato que tenían. Desesperados al ver que perderían a su hija pensaron en la posibilidad de irse a la capital, pero no tenían el dinero suficiente para hacerlo y tampoco la gente les prestaría, ya que al contarles para que lo necesitaban dirían que eso era cosa del diablo y sin saber qué hacer lloraron día a día rogando que un milagro ocurriera para no perder a su pequeña Pascuaza. Pero aquel destino tan fatal ya estaba escrito y llegó el día, y, sin mas remedio, la madre tuvo que armarse de valor y decirle que fuesen e dar una vuelta mientras el padre terminaba de colgar los globos para la fiesta de cumpleaños. La niña le dedicó una miraba tan profunda que la madre se estremeció, pero sin decir una palabra la niña tomó la mano de su madre y echó a andar sendero arriba. Luego de unos minutos de caminata llegaron cerca de una laguna y decidieron tenderse un momento a descansar. La madre comenzó entonces a cantarla canciones de cuna a la pequeña hasta que ésta se durmió; en ese momento la madre se echó a llorar, miraba a la niña como si quisiera plasmar aquella imagen en su corazón, en su mente y en su cuerpo, se dio cuenta de cuánto amaba a esa pequeña, de cuánto la necesitaba y en el infierno que se convertiría su vida en ese momento y para siempre y, sin dudarlo más, tomó cuidadosamente a la pequeña en sus brazos, la apretó con fuerza, cerró los ojos y lanzó a la pequeña a la laguna, donde ésta se hundió.

Volvió cuando casi anochecía, su marido la esperaba en la puerta. Al ver a su mujer en el estado que iba se le apretó el corazón, se fundieron en un fuerte abrazo que duró mucho tiempo, las lágrimas inundaban su rostro y la pena consumía sus almas. Esa noche al dormirse se despidieron, ya que sabían que al día siguiente no volverían a despertar.

Al día siguiente amanecieron muertos y extrañamente la laguna se secó, el cuerpo de la niña no apareció jamás. Luego de una año la laguna volvió a llenarse de agua, con la diferencia de que esta vez su color era un verde tan intenso que dejaba anonadado a quien la veía…

En las noches de luna llena dicen que la niña sale a la superficie para cantar y esperar que su madre vuelva por ella, y en el mar aparece la sirena gritando el nombre de Luisa.

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