domingo, 21 de octubre de 2007

Notas sobre la psicomotricidad desde la fenomenología de Edmund Husserl.


Gonzalo Díaz Letelier
Docente de Filosofía – UDM Sedes Centro-Sur

Me he propuesto escribir este artículo como un ejercicio de eso que usualmente se denomina “interdisciplinariedad”. Sólo cuando dejamos que el asunto en cuestión sea el importante, por sobre nuestras filiaciones disciplinarias o nuestros sentimientos cuasi territoriales de pertenencia a sociedades cerradas de discurso, sólo allí acontece el rompimiento de los cercos que demarcan “dominios de objetividad especial” –el estatuto que instaura lo que yo llamaría la soledad de los especialistas. Sólo cuando ello ocurre salimos de nuestras trincheras teóricas para reunirnos en torno a la cosa misma en la comunión de la amistad dialogante. Sólo entonces el asunto en cuestión luce para que cada uno de nosotros lo revele a su manera, ofreciéndolo al lenguaje. Quiero decir con esto: el asunto es lo esencial, el constante volver a él, y no la afirmación fosilizada de las representaciones que nosotros nos hacemos de él. Nuestras representaciones son decisivas, pero el asunto mismo es lo posibilitante, lo que da que hablar, lo que da que pensar –y lo que nos permite dia-logar, con-versar. El asunto es lo que se ofrece para que nosotros lo ofrezcamos al habla en un diálogo infinito, para que nos reunamos en torno a él y lo saquemos de su misterio decidiendo y proyectando en cada caso su modo de ser-revelado. Si no advertimos esto, es imposible el diálogo y permanecemos solos, encerrados en nuestros discursos de especialistas, y por sobre todo, desvinculados de lo esencial. Lo que nos reúne no es el lenguaje, sino primariamente aquello de lo que hablamos, lo que intentamos mostrar a través de él. Pero nosotros, los modernos, usualmente insistimos en separarnos por cuestiones de diferencias discursivas, por hablar distintos lenguajes.

El asunto en juego en este diálogo es la dimensión sensoriomotriz de nuestro ser. En relación con el artículo del profesor Marcelo Valdés –que aparece en esta misma edición– sobre la relevancia de la educación sensoriomotriz, lo que sigue intenta aportar algunos elementos de análisis que vienen al caso en torno al tema del estatus de lo sensoriomotriz en el contexto de la sensibilidad en general. Tales elementos de análisis los expongo remitiéndome al tratamiento analítico-descriptivo de los procesos de constitución de la cosa intuitiva material en relación con el cuerpo estético, tratamiento que se encuentra en el segundo tomo de la obra “Ideen zur einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie” (Holanda, 1952) del filósofo austriaco Edmund Husserl. Luego de exponer de la manera más llana posible algunos aspectos de estos análisis que se inscriben en el dominio de la teoría del conocimiento –específicamente la fenomenología de la percepción–, intentaré hacer algunas libres reflexiones que espero sean de algún provecho.

La palabra “psicomotricidad” está compuesta de un sustantivo griego, psyché, vertido tradicionalmente por “alma”, y el sustantivo latino motus, que dice “movimiento”. De ello se sigue que la palabra en su composición hace referencia a la relación, en términos antiguos, entre alma y movimiento. En el lenguaje moderno de Husserl, tal relación adviene pensada como la relación entre la “consciencia” (Bewusstsein) y la “movilidad del cuerpo propio” (Beweglichkeit der eigen Körper). Una de las tesis centrales de Husserl al analizar la relación entre sensibilidad, consciencia y revelación del mundo circundante, es que la revelación que hace la consciencia del mundo circundante se funda en la sensibilidad. Pero no en una sensibilidad entendida a la manera clásica, sino en una sensibilidad que implica tanto los sentidos que reconocía la tradición (sentidos “externos”: vista, oído, tacto, olfato, gusto), como también una serie de sentidos que se tiende a denominar “internos”, principalmente: propiocepción (percepción del esfuerzo muscular y de los órganos internos), cinestesia (percepción del movimiento de nuestro cuerpo y de la relación espacial entre sus partes), equilibrio (percepción de nuestra ubicación corpóreo-espacial en relación con la gravedad). Husserl plantea que la cosa material intuida (Aistheta) que constituye el estrato básico del mundo circundante, en su estructura estética o ‘contextura intuitiva’ (anschauungliche Beschaffenheit) depende de la contextura intuitiva del cuerpo animal sintiente, de la sensibilidad específica en virtud de la cual el cuerpo animal se constituye como experimentante. La cosa es sentida –adquiere su estructura estética– según los peculiares y específicos modos de sentir del animal humano. Pues bien, según esto, toda experiencia de cosas materiales reales en el mundo circundante del yo tiene referencia a su cuerpo. Yo experimento cosas materiales reales mediante mi cuerpo. Pero mi cuerpo no es pensado aquí como una mera cosa física u objeto material, o como una burda representación de “la maquina del cuerpo”, sino como cuerpo vivido, como sistema de sensaciones (actos exhibidores) vinculados con fenómenos propioceptivos, cinestésicos, etc. (el cuerpo experimentado como un instrumento que yo siento y puedo usar, desplazar en el espacio, obligar a hacer esfuerzos, etc.; en suma, como algo sometido a mi dominio).

Tenemos, entonces, que según Husserl hay una dependencia de la constitución de la contextura intuitiva de la cosa respecto de las contexturas intuitivas del sujeto experimentante en cuanto cuerpo animal (sujeto trascendental constituyente, encarnado como cuerpo sensible). El cuerpo es el medio de toda percepción. Los sentidos desempeñan un papel evidenciador (exhibidor) de lo que hay en nuestro entorno, pero el cuerpo es en su integridad un órgano sensorial libremente movido, fundamento primigenio de la aparición de toda cosa real. En suma, en toda constitución de la cosa intuitiva espacial participan dos tipos de sensaciones con funciones distintas, es decir, desde un punto de vista analítico hay una articulación doble de la experiencia perceptiva:

1) Sensaciones constituyentes motivadas que captan y distinguen notas y matices aparentes de los cuerpos (los cinco sentidos clásicos y sus notas sensibles).
2) Sensaciones no constituyentes pero sí motivadoras (ligadas a la voluntad) de la captación: sensaciones propioceptivas y cinestésicas aparejadas al libre movimiento del cuerpo como órgano que organiza la serie de las captaciones. La ordenación motivada de las captaciones la podemos graficar de este modo: “si muevo el globo ocular de tal manera, entonces la serie de apariciones transcurre en tal orden”.

El cuerpo es portador del “punto cero de orientación” en torno al cual el espacio y todo lo que en él se hace patente se organiza desde el aquí y el ahora. A partir del cuerpo se articula la ordenación del espacio (arriba, abajo, derecha, izquierda, delante, atrás, etc.), el cuerpo sitúa el aquí y ahora desde el cual el yo intuye el espacio y las manifestaciones sensibles que exhiben lo que hay en él. Toda cosa aparece en referencia al cuerpo (por ejemplo, si veo o me imagino un gato, necesariamente lo veo o imagino en cierta disposición espacial respecto de mi cuerpo: lejos, cerca, dándome la espalda, de frente, o de lado, etc.). El orden y la disposición de las apariciones de la cosa lo determino yo (“orden motivado”) moviendo mi cuerpo en relación con la cosa para ver sus distintos lados, para acercarme o alejarme de ella, etc.; si muevo mis ojos de determinada manera, la serie de apariciones queda determinada por tal movimiento. Por lo tanto, hay una relación entre mis sensaciones propioceptivas y cinestésicas –relativas a la sensación del cuerpo como tal en su movimiento en el espacio a voluntad– y las series de sensaciones motivadas –ordenación de las apariciones de la cosa como serie de aspectos de la misma en transcurso: si el ojo se mueve de tal modo, entonces la imagen se muda de tal modo; si se vuelve de alguna otra manera determinada, entonces la imagen se muda correspondientemente de otra manera.

Nuestra experiencia del mundo tiene que ver de un modo fundamental con nuestra sensibilidad, y ésta tiene una dimensión de psicomotricidad que juega un papel fundamental. Nuestra comprensión del entorno se basa en la riqueza y fineza de nuestras percepciones, y nuestras percepciones se hacen más ricas y finas en la medida en que nuestro cuerpo se puede abrir con propiedad y sin trabas a lo que nos circunda. La educación de la psicomotricidad, por lo tanto, podemos considerarla como parte importante de lo que podríamos llamar educación básica de la sensibilidad.

Es preciso, pues, no descuidar este aspecto en la educación de los niños, considerando el hecho de que muchas veces la educación que les damos pone énfasis en ciertas cosas y, por defecto, otras que incluso son más fundamentales o básicas quedan no suficientemente atendidas o algo desvalorizadas. Hay muchos ejemplos de ello. Por ejemplo, cuando pensamos que nuestros niños con sólo enfrentarse a un computador y familiarizarse con él ya están en condiciones de aprender a darle una utilidad relevante, sin considerar que para ello es preciso desarrollar primero en ellos ciertas habilidades cognitivas para que puedan leer comprensivamente un manual de usuario y entender el manejo, la lógica y la utilidad de un programa, en orden a hacer del computador algo más que un juguete o un mero instrumento para realizar acciones técnicamente elementales como chatear o navegar por la red. Otro tanto ocurre con la enseñanza de la matemática, que tiene como requisito saber leer bien para poder comprender la exposición de los principios y el planteamiento de problemas de aplicación; no siendo así se da el caso de que a muchos jóvenes les ocurre que, dominando bien la operatoria matemática formal, fracasan en la comprensión del planteamiento verbal de los problemas de aplicación en la PSU, ya sea en el contexto de situaciones de cálculo en la vida diaria o de cuestiones de física o química. La educación en psicomotricidad aparece como algo muy relevante y básico, no sólo para la formación de deportistas, sino para muchas otras actividades humanas, si no para la actividad humana en cuanto tal. Pienso, por ejemplo, en la importancia de la psicomotricidad en la música, considerando la ejecución de instrumentos y la gracia de una interpretación que ostente fuerza y sutileza a la vez. Otro tanto obviamente se puede decir de la danza o el teatro. O de un buen naturalista, que además de ser hombre de ciencia debe moverse a través de entornos naturales agrestes con una destreza similar a la de las especies animales que busca estudiar en su propio medio. Incluso en el caso de alguien que practique el arte de la escultura viviente, que si bien no ejerce movimientos en el acto, debe dar muestra de maestría en el dominio propioceptivo de su aparato muscular.

En fin. Para terminar, recuerdo una bella experiencia de juego que hace patente la "relación entre cuerpo y alma" -para nombrarla en términos antiguos. En un balancín, con un amigo, jugando a equilibrarnos, a lograr un balance perfecto. Para lograrlo es preciso sentir el propio cuerpo y adivinar los esfuerzos del otro, y es casi imposible si no se repara en cada uno de los pequeños y casi imperceptibles gestos de esfuerzo en su rostro… si dejas de mirar al otro a los ojos, el equilibrio se rompe, pierdes la conexión y el sistema se desbalancea. El juego fracasa.

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