domingo, 21 de octubre de 2007

Ocupación urbana.


Nader Cabezas Abusleme
Docente del área de Literatura – UDM Sedes Centro-Sur

En una película norteamericana, el protagonista, ya mayor, está pasando por un momento muy importante en su vida: su hija se casa mañana. Como anda sentimental, proyecta imágenes antiguas con su súper ocho. Ahí está él, mucho más joven, junto a su hija a los dos años de edad. Trato de buscar algún análogo de ese registro en mi vida y recuerdo un perdido cassette con mi voz a los dos años. La asimetría de experiencias es notable. En la escena de la película hay una construcción audiovisual del sujeto, una conmemoración de momentos pasados, un ritual tecnológico que reemplaza el álbum familiar, agregándole la coordenada temporal. Es una narración.

Sujeto es aquél que puede transformar su experiencia en historia, que puede racionalizarla, instaurando un orden en ese caos que es lo empírico. La historia es escrita por pocos sujetos, la narración del país ayuda a configurar el concepto de nación, tal como el personaje de la película hace un recuento de su vida y se construye como sujeto.

Del cuerpo racionalizado a la ciudad racionalizadora. Las imágenes que uno y otra comparten son abundantes: se habla de circulación, arterias, de pulmones y corazón de la ciudad. Tal como el cuerpo, en la ciudad hay lugares que escapan a una racionalización y que permanecen en zonas oscuras. No podemos desplegar nuestro cuerpo frente a nosotros mismos como si fuera un escenario, no somos tan claros para nosotros mismos. Sin embargo la ciudad sí ejerce una fuerza sobre los cuerpos que circulan en ella. Que ella privilegie la circulación de aquellos provocando una devaluación de los espacios físicos, se puede interpretar como una mayor valoración de la coordenada temporal sobre la espacial. Atravesar la ciudad implica un viaje en el tiempo más que en el espacio. El espacio se invisibiliza. La ciudad construye epistémicamente a los sujetos, quienes con su caligrafía la surcan, trazando enunciados personales, una oralidad más que una escritura, al ser la primera eminentemente temporal.

Hoy el concepto de urbano está de moda. Se habla en la televisión de sueños urbanos (con un matiz desrrealizante), de vidas urbanas, de mitos urbanos, hasta de zapatillas urbanas. Sobre esto último hay un spot que muestra a una actriz de moda en Nueva York, con toda la estética del video-clip contemporáneo. Se la muestra perdida, con cara de sueño en un momento, pero definitivamente incorporándose. La actriz mira hacia arriba. La banda sonora del spot es Such Great Heights, una canción electrónica muy pegajosa (aunque esto es información que yo agrego; de manera privilegiada, se me es dado completar el recorrido). El spot representa la vida desde las alturas, o cómo lo urbano hoy –al menos el concepto de urbano amplificado por la televisión- significa elevarse, progresar y tener ascensores más rápidos. El hecho de que el spot esté rodado en la capital del mundo no sorprende a nadie. Nueva York representa un centro que atrae. Quizá las ciudades hoy están descentradas, pero si tomamos al mundo como una ciudad, las metrópolis son hoyos negros que concentran fuerzas, por lo que el spot puede llegar a provocar vértigo. En fin, el spot plantea una urbanidad perfecta, sin fisuras, editada, donde no hay espacio para lo imperfecto. Es una modernidad aséptica. Pienso en los spots nacionales en territorio nacional urbano. Lastarria está sobreexplotado, es la sinécdoque más característica, la parte que silencia al todo, es un cruce (específicamente al frente de la Plaza Mulato Gil) que privilegia y escenifica encuentros entre personas desconocidas que hacen contacto por el simple hecho de estar ahí y de vestir de determinada manera. Su apariencia indica su status, lo que a su vez sugiere que esos encuentros se dan entre privilegiados. En el spot la ciudad no se parece a sí misma, parece Roma, Londres o Nueva York. Los publicistas han creado una hoja en blanco sobre la cual escribir, han depositado ciertos referentes en un lugar específico –previo vacío semántico- es decir, la publicidad como operación de relleno.

Es cierto que la ciudad plantea un problema epistémico, sin embargo en muchas ocasiones la categoría “ciudad” está en el mismo plano de la categoría “historia”. Si los estudios subalternos concluyeron que hablar de historia implica necesariamente un eurocentrismo, corremos el peligro de que nuestro discurso sobre la ciudad sea metropolitano. La asimetría entre teorías del primer y tercer mundo es correlativa a una asimetría en cuanto a las experiencias.

Ahora ¿Quiénes son los que diagraman la ocupación urbana? Si en la ciudad se manifiestan las luchas de poder y ese poder es básicamente semántico, los sujetos que la diagraman son aquellos capaces de instaurar, modificar o vaciar de significados a los lugares de la ciudad. Los demás sujetos instauran significados temporales, imprimen ciertas huellas sobre lugares oficiales. Entonces aparece el graffiti (estoy pensando en el graffiti vinculado al hip-hop), como manera de escribir la ciudad, ya no a través de enunciados peatonales sino en un sentido mucho más literal. Dentro de los graffiti que he observado en la ciudad, han aparecido algunos que imitan la caligrafía árabe, mientras que otros incluyen números, especies de caligramas callejeros que se muestran para ocultar un significado. Es un mensaje para destinatarios específicos. El graffiti recicla, mezcla, pone a Bob Esponja junto a una lata de spray. En contraste con el graffiti, existe otra práctica que hace algunos años no era tan popular, la del esténcil. En el esténcil se pinta con molde, lo que permite una ejecución más rápida y mayor radio de alcance. En el esténcil desaparecen los arabescos del graffiti, su exageración, su vanidad. No existe encriptación de un mensaje. Generalmente es monocromático y se reduce a una imagen y palabras. Es netamente apelativo, vinculado a lo político la mayor parte del tiempo. Recuerdo uno que vi en Santiago que decía: váyase a su casa. Lo interpreté como una parodia, la gente claramente no hacía caso. Puesto en la boca de determinados sujetos –en el contexto de un toque de queda en medio del gobierno militar- el mismo mensaje hubiese adquirido tintes más terroríficos.

Paulatinamente el campo se está urbanizando. Recuerdo haber sostenido una conversación con una monja de la orden de los Trapenses, en Quilvo, cerca de Curicó. Me contó que antiguamente el monasterio estaba en Santiago, en La Dehesa, cuando no existía más que potreros. De a poco comenzó a llegar la gente –la clase acomodada escapando de los bárbaros- y luego la vida de monasterio se vio interferida en su mayor parte. Me contó además que últimamente el flujo de vehículos en el sector se ha incrementado (el camino es de tierra, uno de los peores que he visto) y están comenzando a aparecer cada vez más casas. La historia se repite, la Arcadia soñada existe pero tiene fecha de vencimiento.

Los paisajes de la ciudad cambian continuamente, ya sea por las transformaciones físicas de los lugares o por las resignificaciones que tienen lugar en ellos. Los edificios aparecen en un par de días, borrando para siempre el antiguo paisaje, descolocándonos. Recuerdo un relato de Raúl Ruiz sobre un hombre que regresaba a su Varsovia natal luego de su virtual destrucción en la segunda guerra mundial. Los arquitectos y planificadores habían reconstruido la ciudad con mucho trabajo y el resultado era bastante fiel a la antigua ciudad. El hombre se encaminaba al lugar donde estaba su casa, y comprobaba con terror que la calle ya no existía: había sido omitida por los planificadores. Aquí está el sujeto descentrado, errante en una ciudad que es la suya, sin embargo ya nunca más en casa. El capital simbólico se defiende a través de la violencia epistémica, del disciplinamiento sistemático de los sujetos, de su continuo perfeccionamiento en la rutina del deseo, contenido en las imágenes infinitamente variables dentro de la igualdad. Las imágenes implican una gramática correspondiente a la mirada contemporánea. Sin embargo los sujetos no son pasivos. Reconstruyen significados, establecen luchas simbólicas donde ganan algunas veces y otras se dejan estar. La perspectiva de futuro como promesa es siempre halagadora, y así parece que la historia permanentemente está por venir. Las derrotas pasadas son olvidadas en virtud de las victorias futuras.

Parece inevitable terminar hablando de imágenes cuando se habla de la ciudad, y es que en la ciudad el ojo es el sentido hegemónico. Lo auditivo se confunde, se hace resistente a la selección, al contraste. Lo auditivo deviene en caos en la ciudad moderna mientras que lo visible adquiere cada día más complejidad. El mismo mensaje de la gigantografía cambia desde la provincia a la capital. El enunciante se vuelve más real, muchísimo más poderoso y omnipresente. Sin embargo en los paraderos de micro las publicidades siguen siendo intervenidas, a través de huellas fugaces dejadas por eventuales ciudadanos pasajeros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oh, qué opinar ante semejantes palabras, una descripción suprema de la ciudad y la publicidad; la publicidad reina, es cierto, pero siempre están también esa imágenes ajenas a ella, esas a las que no puede alcanzar, siempre está la protesta simbólica de los seres que transitan por la vida y por las calles de la ciudad.
Imágenes, oh, interminable tema, tal como el del lenguaje.
MMM creo que otro día volveré a leer ese texto, pues está muy bueno y hay que analizarlo más.
Consuelo, alumna Curicó.