domingo, 21 de octubre de 2007

Cuento: "ENCUENTRO"


Santiago Fantóbal
Docente del área de Educación – UDM Campus Curicó



Luego de pagar unas cuentas y conversar con su Ejecutivo, había decidido arrendar una película. Mientras se dirigía al negocio pensaba en su opción nocturna: el zapping estéril o el intento forzado de meterse en una trama ajena y alienante, pero cómplice del sueño.

Caminaba automáticamente, sin hacer conciencia de la gente que a esa hora volvía a casa apurando el paso, como mecánicamente convencida de que al final del día se alcanza una fugaz felicidad. Aun así, fijó su mirada en un hombre en bicicleta, con un paquete que seguramente contenía algunos bocados modestos para alegrar la hora del té. No pudo evitar pensar que tal vez ese sencillo gesto daría a esa familia más satisfacción que todo el inservible esfuerzo que él mismo había desplegado durante tantos años.

Casi al llegar a la calle del parque el hombre la divisó. La mujer también lo vio desde unos cincuenta metros. Para ella era familiar su figura algo encorvada, su correcta vestimenta y el pelo semicano que, junto a la finura de sus rasgos, daba al hombre el aspecto de una dignidad cansada.

La mujer pensó rápidamente en las palabras que emplearía para saludarlo. Ensayó mentalmente los gestos que suponía acordes con la conversación que eventualmente iniciarían. Caminó un poco más lento, como queriendo prolongar la emoción de algo que se ve venir y cuyo incierto desenlace provoca un tibio regocijo. Recordó que a veces cuando niña contemplaba durante muchos minutos el chocolate que había llevado a su cama y luego lo desenvolvía pausadamente, prolongando el éxtasis hasta que la sensación se hacía casi dolorosa.

La distancia se acortaba. El hombre comenzó a ensayar una sonrisa, que debía ser amable y cauta. Empezó a detenerse y el paisaje circundante de la gente, luces, vehículos y negocios, adquirió un tono menor en su conciencia, como un fondo lejano que sólo sirve para realzar la figura de un cuadro.

La mujer detuvo su andar, como eligiendo el escenario en el cual se desarrollaría el encuentro. Era justamente cerca de la luz blanquecina que emanaba de un negocio de abarrotes, aumentada por el multicolor cambiante de un letrero luminoso de mal gusto.

El hombre caminó tres pasos más. Se detuvo, y con voz que intentaba aparecer segura y algo indiferente, saludó a la mujer:

-¡Hola!…Te vi de lejos…
-¡Hola!…yo también te vi.
-¿Cómo has estado?
- Bien…¿y tú?

Las palabras eran simples, triviales, comunes. Pero los gestos y la inflexión de las voces denotaban algo más profundo. Algo que se acallaba, larvado, encubierto, pero presente. La interrupción de un niño que pedía limosna apenas alteró la atmósfera casi mágica que los envolvía.

-¿Cómo te ha ido en la oficina?-. La voz de ella era suave, y él se sintió acariciado y comprendido, pese a la sencillez de la pregunta de la mujer.

-Igual que siempre. No hay muchas novedades…

El hombre pensó si sería buena idea invitar a la mujer a sentarse en un banquillo cercano, casi al final de la calle que desembocaba en el parque. Caviló con presteza, evaluando la conveniencia de la idea, que en ese momento adquiría una importancia vital en su estrategia. Pero luego la desechó, pues podría apurar la despedida de la mujer y quebrar la atmósfera de cierta irrealidad que se había producido entre ellos.

-Y a ti, ¿cómo te ha ido con los seguros?-. Había en la voz del hombre una especie de súplica, que seguramente la mujer captó, por el gesto nervioso con que pasó su mano por su cabellera.

-A pesar de la crisis, he vendido varios- contestó la mujer, al mismo tiempo que se fijaba en el descuidado nudo de la corbata del hombre, que paradojalmente daba más elegancia a su figura. Reparó también en su traje gris, de correcta caída y su vista se quedó un instante en las manos del hombre, de dedos finos, que ella relacionó con los de un pianista.

El paso de un empleado del Banco Hispano –donde el hombre hacía sus negocios– y la mirada irónica que lanzó a la pareja, hizo que callaran por momentos.

Como en un acuerdo tácito caminaron juntos un par de pasos, alejándose de la luz que con su impertinencia interrumpía la complicidad del momento. El hombre miró con más soltura a la mujer, y pese a conocer de memoria su rostro, repasado imaginariamente en varias noches de insomnio, volvió a estremecerse ante la limpieza de sus rasgos y la perfección de sus facciones, apenas atenuados por la tristeza de sus ojos.

Sin encontrar las palabras que podrían prolongar el encuentro, el hombre se escuchó decir muy a su pesar:

-Bien…ha sido un agradable momento.
-Ya lo creo –contestó ella, aunque luego se sorprendió de lo que consideró audacia de su parte.

La indecisión de la separación, y el no saber si despedirse de un apretón de manos, dio un toque de comicidad a la escena. Sin embargo, los transeúntes pasaban raudamente apurando el regreso a casa, sin fijarse mucho en la pareja.

La última mirada que cruzaron el hombre y la mujer decía mucho más que mil palabras. Había en ella promesas de una vida mejor, de una serena placidez, de una mutua comprensión. Era una mirada en la que se excluía la fogosidad de la pasión, la mirada de dos personas en la medianía de la edad que ya comprenden el valor de la apacible compañía y del amor maduro.

Se separaron sin prisas, retirando de a poco sus miradas. La mujer hizo un gesto, como si quisiera agregar lo último. El hombre esperó, pero ella se arrepintió o no encontró las palabras. Él quiso decir algo importante, inteligente. Algo que denotara de alguna forma parte de sus sentimientos. Pero fue un vano intento y sólo escuchó su propia voz, en un comentario del cual se sabía arrepentido antes de terminar la frase:

-Dale mis saludos a tu marido…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oh, se parece a mi modo de escribir cuentos, espero que luego suba otros.